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Manuel Martínez, profesor de Lenguaje, recordó que «fue hace 33 años cuando yo llegué a este colegio». Por entonces el Héroes del Simancas era «una especie de cementerio de elefantes de la enseñanza, o al menos así lo decían los compañeros de otros centros». Lo que encontró, sin embargo, fueron «unos compañeros y unos profesionales extraordinarios» y un centro en el que conseguir plaza escolar era casi un triunfo. Manuel Martínez se refirió a los años en los que, con 39 y 40 alumnos por aula, cada rincón del grupo escolar estaba ocupado por un aula; a los tiempos en los que se impuso la enseñanza mixta, «una decisión muy polémica que mis compañeros más conservadores veían como la llegada de la "Sodoma y Gomorra" a la educación», o al conflicto para cambiar un nombre (Héroes del Simancas) «por el tufillo al antiguo régimen que tenía».

Todo fue pasando, relató el maestro, sin que «ni los más negros presagios» hicieran sucumbir la educación. Entre reivindicaciones de más y mejor formación pedagógica que ayude a los docentes a encarar las nuevas exigencias de los alumnos y un apoyo incondicional a la enseñanza, Manuel Martínez acabó por citar a Jovellanos: «Las fuentes de la prosperidad social son muchas, pero todas nacen de un mismo origen: la ilustración pública».

También otros veteranos maestros recordaban ayer su tiempo en las aulas. Eran María (Maruja) Álvarez y su esposo, Segundo Álvarez; Juliana Gómez y Gloria Teijón. «Viví muy intensamente este colegio. Ésta es mi vida. Aquí pasé días muy buenos y muy malos, con muchísimo trabajo y con enormes cambios, pero lo cierto es que cuando me jubilé estuve tiempo sin poder pasar por delante del centro porque me moría de la pena. A pesar de tener mi familia, este colegio se convirtió en el centro de mi vida», decía Gloria Teijón. Ella recordaba, igual que hizo el presidente regional, Vicente Álvarez Areces (cuya madre, doña Nieves, fue maestra del grupo escolar), cómo los maestros acababan siendo «consejeros de las familias de nuestros alumnos. Nos sabíamos sus vidas y compartíamos con ellos sus penas y sus alegrías. Eso era muy grande». Juliana Gómez, por su parte, destacó el esfuerzo enorme para «que mis alumnos se adiestraran bien en la lectoescritura». Lo que la llevó a ser bien conocida, y respetada, por sus compañeros. «Es cierto, los niños de Juliana escribían todos fenomenal», apuntaban sus amigos. El recuerdo más nítido de Segundo Álvarez era el de «aquel colegio con 7 unidades de niños y 7 de niñas, cada zona con su conserje y conserja, con director y directora... todo tan familiar».