La parcelación y regulación de los espacios públicos y privados empieza a ser preocupante en las ciudades modernas. Ya casi nos hemos acostumbrado a los letreros de propiedad privada en las nuevas urbanizaciones, espacios que la mayoría de las veces se convierten en lugares lúgubres, mohosos y totalmente desaprovechados por la obsesión de sus propietarios por delimitar su territorio, cual vaquero del Lejano Oeste conquistando su parcela de tierra prometida. Pero la cosa ya es, si cabe, más grave cuando esta parcelación y prohibiciones se trasladan al ámbito de lo público. La instantánea de arriba está tomada en un parque público de un barrio de Gijón, es imprescindible añadir que el citado parque es, en extensión, más grande que un campo de fútbol? Con todo esplendor en varios puntos de este espacio público (insistimos en lo de público) figuran sendas señales como las que aquí aparecen dejándoles bien claro a todos los niños del lugar que no son bien recibidos ni con sus pelotas, ni con sus bicicletas. Ya no vamos a mencionar el mal gusto que produce la inevitable comparación que se establece entre los niños y los perros, a los cuales se les pone la misma vara de medir por las molestias que producen, unos con sus cacas y otros con sus juegos, ¡manda narices la comparación!

Podemos hacer de todo esto un análisis desde diferentes ópticas, desde los derechos sociales, desde el urbanismo, desde el ocio y el tiempo libre, desde el deporte? y también desde la salud.

Desde los años 70, tras importantes trabajos en el ámbito de la promoción de la salud como el «informe Lalonde» o, posteriormente, la Declaración de Salud para todos en el año 2000, se ha pretendido intensificar las políticas desde el ámbito municipal orientadas a mejorar las condiciones de salud de los ciudadanos, algunos lo han llamado la nueva salud pública. Ha quedado patente ya desde el siglo XVIII a través de numerosos estudios, sobre todo ingleses, que el nivel de salud de una población está directamente relacionada con los factores ambientales que la rodean (incluyendo factores económicos, sociales, demográficos etcétera)

La OMS y los estados miembros asumieron hace ya más de veinte años la responsabilidad de desarrollar el movimiento de las Ciudades Saludables (Healthy Cities).

Básicamente este movimiento plantea la necesidad de establecer políticas coherentes con la protección y promoción de la salud de los ciudadanos. Plantea la necesidad de la coordinación intra e interinstitucional, la formación, así como cauces de participación ciudadana que contribuyan a lo que de forma genérica se llama «poner la salud en la agenda». De todo esto surgen los conocidos planes de salud, los consejos de salud, entre otras fórmulas, las cuales podemos decir, visto lo visto, que se han quedado en agua de borrajas.

Porque, qué explicación puede haber para que en un parque público, abierto, grande y espacioso se prohíba a los niños jugar a la pelota y andar en bici. ¿Puede haber una intervención más desastrosa en salud? ¿Acaso no estamos influyendo de forma negativa con estas prohibiciones en la salud de los niños? ¿A qué los estamos acostumbrando, por tanto? A una vida sedentaria, a un concepto del juego reducido a espacios cerrados, acotados etcétera. Está claro que la sociedad ha cambiado, que el concepto de «calle» no es el mismo que hace años, que los coches han ganado el espacio a las personas, etcétera. Pero no es menos cierto que estamos en la obligación moral y también político-social de recuperar todo esto para nuestros hijos, incluida la perspectiva de salud. Ya que, por un lado, estamos reconociendo la preocupante situación de salud infantil respecto a la obesidad, a la vida sedentaria (videojuegos), la falta de tiempo de los padres para acompañar a los hijos a espacios abiertos? y, por otro, estamos reduciendo a la mínima expresión los espacios de expansión y juego de los más pequeños.

Y por más que pudiéramos justificar estas intervenciones, ya no sólo desde el ámbito municipal, sino también desde las asociaciones vecinales, las AMPA, etcétera, que es evidente que son complacientes con estas intervenciones (no hemos oído aún lo contrario), no podemos dejar de plantearnos cuál es el problema para que los niños no puedan jugar a la pelota en un parque. ¿Puede ser porque molestan a los ancianos que también quieren disfrutar de un espacio tranquilo al aire libre? Pues estamos en la obligación de resolver esto de una forma equilibrada y no volcando la balanza hacia uno de los lados. Habilitemos espacios en los propios parques? con setos, vallas o distribuyamos las zonas de bancos y las de juegos de alguna manera que sean compatibles, pero no podemos prohibir a unos para el relax de otros?

Otro razonamiento puede ser que hay carreteras cerca del parque, lo cual implica otro riesgo?, bien, una vez más, en vez de educar a los conductores, poner badenes, reducir la velocidad, semipeatonalizar la zona, etcétera, pues les decimos a los niños que no traigan sus pelotas?, que los coches tienen prioridad.

Es evidente que este modelo de ciudad y de políticas en salud no es, ni mucho menos, sostenible, ni coherente. O introducimos todos los determinantes de salud (economía, urbanismo, ocio. . .) como elementos a igual nivel o no conseguiremos nunca una verdadera ciudad saludable, por muchos planes de salud que tengamos y por mucho que estemos adscritos a la Red Europea de Ciudades Saludables. El juego y el ejercicio para los niños son básicos para su completo desarrollo. ¿Quién se atreve a dudar que la pelota ocupa un incentivo lúdico de importancia en este desarrollo? Entonces, ¿a qué viene tanta prohibición?