Reyes díaz Blanco

Pintora

Han pasado los años, y Reyes Díaz Blanco no ha perdido ese halo juvenil que le es característico; hay, desde su aspecto a la temática de su pintura, un matiz de ingenuidad que no responde a una estudiada sofisticación, sino que es fruto sincero de sí misma. Cabría preguntarse, pues, si su carácter obedece a esta apreciación; aunque, una vez observado el personaje, se concluye que su realidad está muy lejos de tal apariencia.

He visto a Reyes Díaz Blanco como una mujer de rotunda personalidad, muy segura de sí misma, reflexiva, prudente, culta... Y sobre todo fuerte. Sabe escurrirse hábilmente cuando la idea no le gusta. Tiene la virtud de saber escuchar y le encanta debatir en asuntos trascendentes, ya sean históricos, culturales o sociales. Es profunda, bondadosa y, sobre todo, una gran artista. En la actualidad exhibe sus últimos trabajos en la galería Gema Llamazares; una extraordinaria colección en la que no faltan ni sus niñas ni sus jardines mágicos, sus pájaros o la implícita soledad del amor. Casada con el pintor Melquíades Álvarez, ambos son padres de tres hijos.

Reyes Díaz Blanco nació en Gijón, en calle Libertad, tercera de diez hermanos. Hizo su Bachillerato en el Colegio de la Asunción, y obtuvo la licenciatura en Bellas Artes en Madrid, en la Real Academia de San Fernando. A partir de ese momento, según sus palabras, hizo de todo: ir de acá para allá, pintar, exponer, vivir en Barcelona tres años, luego en Madrid, dar clases... Un día la llamaron de la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo para impartir la asignatura de Dibujo Artístico y su vida se hizo definitivamente asturiana.

-¿Dónde conoció a Melquíades Álvarez?

-En una de mis exposiciones. Se estaba celebrando en la antigua galería Atalaya, de la calle de la Merced. Él vino a verla, me saludó y, como es habitual, hizo algunos comentarios sobre mis cuadros. Pero no volvimos a encontrarnos hasta pasados unos años, en otro acontecimiento artístico. A partir de ahí empezamos a salir y en 1984 nos casamos.

-¿Artísticamente, qué opinión tenia de él?

-Ninguna; conocí su obra después de tratarle, lo único que sabía es que era pintor. Luego he podido considerarlo un excelente artista y un extraordinario artesano.

-¿Comparten ustedes el lugar de trabajo?

-No, siempre hemos tenido los estudios separados. Mequíades tiene el suyo en El Coto, y el mío está en Viesques. En casa hay alguna cosa, pero lo principal lo tenemos fuera. La parcela personal es intransferible.

-¿Significa esto que no se intercambian opiniones?

-No, al contrario. Para mí el punto de vista de Melquíades es importante y valiosísimo, aunque esto no significa que haga todo lo que él me dice, pero me sirve para reflexionar. En correspondencia, a Melquíades le ocurre lo mismo: suele pedirme opinión y, aunque tenemos estilos muy diferentes, la empatía que nos une nos lleva a entender las propuestas de cada uno.

-En el terreno personal dicen que es difícil el entendimiento entre artistas...

-En mi caso, no. No existe rivalidad entre nosotros en ningún sentido. Melquíades es mi mejor crítico.

-¿Y cómo valoraría su éxito con relación al suyo?

-Él produce más y, en consecuencia, expone más, lo cual me alegra. Pero, de otro modo, nunca he hecho comparaciones ni jamás entro en competencias de nada. Perdería mi independencia si me dejara llevar por una pasión de ese tipo, y puede que descendiera muchos escalones en mi propia estimación. Sería un infierno tener que vivir ojo avizor respecto a lo que hace el otro.

-¿Cómo definiría su evolución artística?

-Creo que tiene mucho que ver con el modo de centrarme en la pintura e ir dejando de lado aspectos de la vida que no me interesan nada. No puntualizo más porque no quiero ni poner en solfa cosas que quizás a otros les parezcan esenciales.

-Su día a día, ¿cómo es respecto al trabajo?

-Muy normal. Voy a nadar a las 8.30 de la mañana al Grupo Covadonga. Organizo las labores domésticas y después paso muchas horas en el estudio. Esa rutina es la que me ayuda a soñar y a realizar mis cuadros.

-¿Quiere decir que se enfrenta al soporte vacío llevando ya una idea preconcebida de lo que quiere pintar?

-Algunas veces, sí, pero eso no es garantía de que las cosas funcionen. El mecanismo para que una idea resulte es dar rienda suelta a lo que te está pidiendo tu inspiración; no se puede ser impositivo. Naturalmente, siempre se parte de un plan, pero si escuchas tu voz interior quizás aquello se vaya transformando en otra cosa que nada tiene que ver con su origen.

-¿Puede llegar a sorprenderse del resultado?

-Sí, y eso es lo más precioso de todo el proceso creador: encontrarte con algo con lo que no contabas pero que tiene mucho que ver contigo. Si eso no es un milagro, que venga Dios y lo vea.

-¿Ha ganado dinero con la pintura?

-A veces...

-¿A quién admira dentro de la pintura actual, excediendo de Melquíades Álvarez?

-De los más cercanos me gusta mucho la obra de Miguel Galano y de Paco Fresno. De los históricos mi pintor más amado es el cuatrocentista italiano Piero della Francesca. Y me inclino por los vieneses, como Raoul Hausmann, o el suizo Paul Klee. Entre los españoles me interesa Eusebio Sempere.

-Hay quien piensa que la pintura es un arte más afín con los hombres...

-No estoy de acuerdo, conozco magnificas pintoras, como Mabel Álvarez Lavandera, Chechu Álava, Laura Blanco, Josefina Junco...

-En el ambiente familiar, ¿comparte gustos con su marido?

-Sí, a los dos nos gusta mucho la música. Últimamente yo estoy fascinada con Schubert, y su maravillosa obra «El viaje de invierno».

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