La más noble de las tareas políticas es, sin duda, la del ámbito municipal. En ocasiones resulta difícil de digerir para un político el descenso al municipalismo después de haber desempeñado otros cargos de superior relevancia. Pero ser alcalde no supone una condena a las catacumbas. La alcaldesa de Gijón, a quien a veces criticamos, es buen ejemplo de haber asumido con eficacia y elegancia el desempeño de lo local. Sólo se trata de adaptar la mentalidad al calzado: cuando se es consejero, diputado o secretario de Estado, se acostumbra uno a pisar moqueta; mientras que el alcalde y los concejales han de habituarse a pisar barro. Cámbiese el afectado de zapatos, reserve el tacón para los actos de representación y cálcese las botas de goma para pasar cuatro años a pie de obra. El municipalismo bien ejercido es «potestas» y «auctoritas». El poder se tiene; la autoridad es una virtud reconocida por los demás. Bendito el mandatario que reúne ambas cualidades. Una se gana en las urnas; la otra, en el día a día.