Pablo GALLEGO

En el despacho de Juan Sebastián López Arranz (Valladolid, 1940) las calaveras llevan ortodoncia. Una forma de unir sus inicios como profesor agregado de Anatomía -en el curso 1972-1973 de la Facultad de Medicina de Oviedo- con su presente como catedrático y jefe de servicio del área de cirugía maxilofacial en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). «Llamar Universitario al Hospital nos costó mucho trabajo, pero ahí está», afirma satisfecho. La Universidad de Oviedo, a la que asegura «querer», ha reconocido su trabajo -cuatro años de Rectorado incluidos, desde 1988 a 1992- con su nombramiento como profesor emérito.

-La Universidad está sumergida en una época de cambios. ¿Con qué retos se encontró usted cuando estuvo al frente de la institución como rector, entre 1988 y 1992?

-Hubo un momento, con la implantación de la ley de Reforma Universitaria en España, en el que tuve una implicación ideológica muy importante. Era la época de la normalización democrática, se pusieron en marcha los estatutos de la Universidad y ahí me signifiqué.

-¿En qué sentido?

-Fui como soy, dije lo que me gustaba y lo que no, sin ninguna animadversión hacia el rector de entonces -Alberto Marcos Vallaure-, y quise ser consecuente. Por eso luché para ser rector, para conseguir una serie de objetivos que creía fundamentales para la Universidad.

-¿Y después?

-Cuando se es médico, cirujano y docente la sangre tira. Volví al Hospital, a la Facultad, y tuve la satisfacción de ver como rector a Santiago Gascón, uno de mis más estrechos colaboradores.

-¿Qué opina de los cambios en la Universidad causados por el llamado «plan Bolonia»?

-Los veo positivos, aunque todo cambio trae consigo consecuencias que siembran dudas. A la larga, si queremos que los profesionales del futuro adquieran el nivel de especialización que exige la sociedad, tenemos que adecuar la formación. Ya sé que es muy duro, pero también lo fueron los cambios en los planes de estudios de otras épocas. Hubo cosas que no se consiguieron, y fue frustrante. Eso no puede pasar ahora.

-¿Qué más hace falta, aparte de dinero?

-Tiene que cambiar la mentalidad de la gente. Los más mayores tenemos que hacer un esfuerzo por dejar de pensar que no todo el tiempo pasado fue mejor. Soy optimista.

-¿Qué opina de quienes afirman que el «plan Bolonia» infantiliza la Universidad?

-Pues que depende. Es cierto que, si queremos desarrollar el «espíritu de Bolonia» en 4 años, no se podrá teorizar tanto. Y eso que a mí me gusta teorizar, me encanta dar clase. Pero este nuevo período universitario, por mucho que digan que el alumno está muy tutorizado y que se le lleva casi de la mano, no es como el instituto o el colegio. Se trata de hacerlo más responsable de su propia formación.

-¿Y cómo lo hace usted?

-Les doy una dirección de internet para la bibliografía y les digo: «Métanse todo esto en la cabeza, porque es lo que les voy a preguntar, más allá de lo que les cuente en clase». Enfocándolo así, con más estudio personal, los seminarios y las clases prácticas son realmente eso, no otra clase más de teoría. Sé que esto no es muy popular entre la gente de más edad, pero así son las cosas ahora.

-¿El Campus de Excelencia es la gran oportunidad de la Universidad?

-Es un plus que hay que gestionar bien. Todavía no veo qué va a pasar con la línea biomédica, y eso que pregunto mucho.

-El momento económico en el que llegan las reformas no es el más boyante.

-Es cierto. La amenaza de recortes en el presupuesto es constante, pero que nadie se engañe, adaptar la Enseñanza Superior a Europa requiere que la Universidad esté bien dotada. Decir que puede conseguirse a «coste cero» es una falacia. Y puede causar una frustración muy grande y no sólo a los alumnos, también a los profesores.

-La función docente también ha cambiado.

-Los más antiguos del lugar sabemos lo que tuvimos que hacer y cómo entramos en la Universidad: de meritorios. Yo llegué a tener 1.200 alumnos con un ayudante de clases prácticas como único colaborador, eso sí que es frustrante, y no que ahora algunos profesores hablen de una excesiva «carga docente», una expresión que suena peyorativa. Antes se daban 5 y 6 horas de clase al día, y ahora si se pasan de las justas protestan. Habrá que buscar un punto medio.