Olga muñiz rimada

Galerista, directora de

El Arte de lo Imposible

La imagen de Olga Muñiz Rimada calza perfectamente con la actividad que desarrolla. Se puede decir que ha dado en el clavo, quizá sin proponérselo. Su figura, alta, escueta, desprende un aire de sofisticación, incluso de cierta rebeldía frente a los dictados de la moda, o las corrientes sociales que tratan de proyectar una mujer eternamente joven, que se aferra desesperadamente al progreso científico para negarse a envejecer. El aire de Olga es un poco existencialista, algo bohemio, espiritualizado, absolutamente natural, en una palabra, parece señalar que su esencia vital es el arte. Estupendo, ¿pero qué hay detrás de esa primera impresión? Una mujer sencilla, encantadora, asequible, muy humana, guapa y nada marginal. Salvo su dependencia del arte, todo lo demás es engañoso; luego hemos de seguir sin fiarnos de las apariencias.

Nacida en Mieres, 1956, mayor de tres hermanos, cuando Olga tenía un año su familia se trasladó a vivir a Gijón; su padre, que hasta entonces había trabajado en Hunosa, fue trasladado a Uninsa. «A todas luces me considero gijonesa». Tras cursar el Bachillerato en el colegio de La Asunción, y el COU en los Jesuitas, ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Oviedo, pero su carrera quedó interrumpida definitivamente al contraer matrimonio con un ovetense.

-¿Relacionado con el arte?

-No, el arte vino mucho después. Siempre he trabajado, pero en ambientes dispares y todos de cara al público. Desde una zapatería familiar, a una agencia de publicidad, una tienda de animales... Todo esto en Oviedo y durante 18 años.

-¿Qué ocurrió al cabo de ese tiempo?

-Me divorcié, así que cogí a mis cuatro hijos, la mayor de 17 años y el pequeño de 7, y nos vinimos a Gijón, a casa de mi madre. De este modo retomé mi ciudad y mi familia. Mi madre en ese tiempo ya estaba viuda, y vivía sola.

-¿Cómo asumió ella tal cambio en su tranquilidad? Eran cinco personas de golpe...

-Fue una revolución que mi madre disfrutó mucho. Lo peor es que únicamente pudo saborearla durante dos años; se murió de un ataque al corazón. Fue una gran pérdida para todos, era una mujer muy valiente y muy sincera, y nosotros estuvimos muy contentos a su lado. Mi hermana siempre dice que murió feliz por haberme recuperado.

-Se supone que una vez en Gijón, trataría usted de trabajar...

-Un día, por pura casualidad me propusieron formar parte de una sociedad dedicada a la enmarcación. Era una franquicia y se llamaba «4 ingletes». Ahí comenzó mi andadura por el mundo del arte. Hubo un momento en que la sociedad se disolvió y yo me quedé con el negocio, que seguía siendo «4 ingletes». Entonces ya sabía que ésa era la actividad que más me gustaba y para colmo lo hacía muy bien.

-Pero la entidad ha desaparecido...

-Al cabo de 10 años decidí dejarlo; la franquicia era una ruina económica. En un sentido profesional aprendí mucho, pero las ganancias las absorbía enteramente la firma. Hace tres años descubrí un hermoso local muy próximo al que teníamos en el Centro Comercial San Agustín, más grande y en la calle Joaquín González Acebal, la prolongación de Jacobo Olañeta. Yo ya tenía mucha experiencia, y me lancé; era el momento de hacer lo que deseaba.

-¿Qué deseaba?

-Dar oportunidad a artistas jóvenes que no tienen un espacio para mostrar sus obras, y sí mucho talento. Así nació El Arte de lo Imposible. El nombre es en honor de Ercher, un artista gráfico holandés que me encanta, extraordinario dibujante, fallecido en 1972. Bajo ese título se celebró, en su honor, una exposición antológica en Madrid, en 2005.

-Bien, ya tenemos galería, ¿con qué la estrenó?

-Con una exposición denominada, «Más arte, más amigos». Fue el 18 de junio de 2007. Estaba integrada por Juan Nicieza Lavilla; Pablo Iglesias, al que habían designado como «Mejor artista joven 2005»; Job Sánchez, un pintor gallego que vive en Gijón; Raúl, más conocido por «El niño de las pinturas», un grafitero granadino, a su vez «Mejor artista joven 2002 de Granada»; Cristina Moneo, grabadora, y un fotógrafo valenciano, Juan Carlos Sendarrubia, que lamentablemente se ha muerto.

-¿Supuso una buena arrancada del negocio?

-Ya lo creo. Vendimos los dos cuadros mayores, de Juan Nicieza Lavilla y Job Sánchez, y varios pequeños.

-¿Quién establece los criterios selectivos?

-Entre mi marido y yo. Me he vuelto a casar. Conocía a Miguel Rodríguez Nuño desde pequeña, de jugar juntos en Begoña, pero la vida de cada uno siguió su camino. Un día volvimos a encontrarnos y hallé la suerte que no había tenido antes. Hace cuatro años nos casamos pero es como si llevara toda la vida con él. Miguel es muy inteligente, muy culto y para el arte tiene una visión crítica más depurada que la mía.

-¿Y a partir de «Mas arte, más amigos»?

-Hemos seguido creciendo. Es una gran satisfacción; llevamos celebradas 36 exposiciones, una al mes, y creo que estamos llenando un vacío ya que todos nuestros artistas no lo tenía fácil para exponer.

-¿Han conseguido buenos rendimientos económicos?

-Unas veces mejor que otras. Nuestros precios son asequibles puesto que trabajamos con gente joven, y nuestros clientes también lo son.

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«Siempre he trabajado de cara al público, desde en una zapatería hasta en una tienda de animales»