Si la Duquesa de Alba supiera que ha estado en Gijón subida a un escenario en casa de Evencio Arias seguramente volaría rauda a una clínica para hacerse un chequeo completo. Menos mal que la aristócrata que declaró ser muy feliz y tener una vida amatoria más que satisfactoria era más bien otro que otra: Miguel Calleja, «Sinu», disfrazado de Cayetana, que es por lo que le da al susodicho últimamente, ¡que le vamos ha hacer! Todo eso y mucho más se pudo ver en casa de Arias e Inés Cañedo, que volvieron nuevamente a reunir a lo mejorcito de la ciudad -para ser francos a lo más marchoso- en su ya tradicional bonitada veraniega

Como era de esperar, la imaginación del anfitrión fue mucho más allá de un guión de Almodóvar. Ya se notaba como iba a ser la cosa nada más empezar al entrever el disfraz de los cocineros. La periodista Sara Carbonero y el pulpo «Paul» estuvieron presentes en todo momento. Menos mal que el cefalópodo que se agarraba al cuello de «Sinu» era de trapo, de lo contrario se hubiera comido al igual que se hizo con ni se sabe los kilos de bonito.

En la cola esperando turno se dejaron ver Javier Llaneza y su mujer Ana; Juan Llaser y Ana Candenero; los hermanos Barettino con sus respectivas esposas; Elena Marqués y Chema del Busto; el industrial catalán Luis Menéndez y su novia Marta; Ramón Millar y Marta Muñiz; las hermanas Mori con sus maridos Alejandro Vallaure y Jesús Viñuela; Popi y Marta Coalla; Felipe del Campo y Cati Costales; Manfredo Álvarez y Esther Otero y muchísimos más que tienen que perdonar a la que suscribe el desgaste de neurona que supone acordarse de todos.

Al que sí hay que mencionar con mayúsculas es a Laude Martínez. Llegar llegó tarde, ahora bien, lo hizo justo a tiempo de cambiarse y convertirse en el presentador Jesús Quintero. El personalísimo periodista, de mentirijilla, entrevistó en pleno escenario a Evencio, que no daba crédito de lo que estaba sucediendo en su casa. Y así con música del «Loco de la Colina» entrecortada por las carcajadas y aplausos de los presentes, las horas fueron pasando.

No hubo rendición tampoco para Ñaco Aguirre, otro eterno showman, que se empeñó en resucitar a Nino Bravo y... lo consiguió en cuanto apareció con pantalones de «pata ancha» y peluca para cantar la mítica «Un beso y una flor».

Otro famoso, Roberto Carlos, tampoco quiso dejar de actuar para el populacho gijonés fartuco de bonito. Así que el cantante con un apellido añadido de más, el de Calleja -ya se sabe a quien nos referimos- entonó como los mismos ángeles, «El gato que está triste y azul».

Menos mal que estas líneas serán leídas en exclusividad por los vecinos de esta santa ciudad. Porque, ¿imagínense por un momento que la crónica llega a manos de algún caza famosos que no ve más que «negritas»? Estaría liada «parda» y Arias tendría que buscarse un manager en toda regla que diera turno de exclusivas a las televisiones y programas del corazón, contando así qué hacía tanto famoso en su territorio. Sin duda saldría del paso.