Elías GALLEGO

Las viejas casas de Serín han sido testigo de grandes transformaciones que a lo largo de los años han modificado por completo la apariencia de la pequeña parroquia gijonesa. Junto a ellas, los habitantes más longevos del lugar han contemplado cómo las viejas caleyas del pueblo se convertían en enormes autopistas y cómo la ganadería dejaba paso a la industria como actividad principal del barrio. Ayer, cuatro de sus residentes más ancianos recibieron un merecido homenaje por formar parte de la historia viva de esta parroquia gijonesa. La mayor parte de los vecinos quisieron apoyar a los homenajeados y acudieron al restaurante Savannah, en el barrio del Natahoyo, a un almuerzo que sirvió para poner en común vivencias y recuerdos relacionados con Serín.

Herminia Asela Díaz, de 83 años -al igual que el resto de homenajeados- se mostraba agradecida por el galardón que le concedía la asociación de vecinos. «Estoy muy contenta, todos han hecho mucho por mí durante toda una vida», explicaba. Sin embargo parece que son los propios vecinos los que más agradecen la labor de Asela Díaz. «Fue durante muchos años la matrona y ATS de la parroquia. Tenía que aguantar que cada noche fuésemos muchos a pedirle que nos pusiese una inyección», comentaba el presidente de la asociación, Luis Junquera Presa.

Otra homenajeada era Lola Tuya, que lleva más de 50 años habitando en Serín. «Todo ha cambiado mucho. El pueblo está como todos los demás, en decadencia. Cada vez quedamos menos viejos, pero también menos jóvenes», confesaba Tuya. Junto a ella, Laureano Álvarez y Bartolomé Posada, los otros dos homenajeados, rememoraban tiempos pasados de la pequeña parroquia. «Había un tiempo en que cada casa tenía su propia ganadería. Hoy apenas quedan cuatro en todo el pueblo. Pero lo que más llama la atención es la transformación que han sufrido las caleyas, que ahora son autopistas», comentaban.

El balance de todos estos cambios «es positivo», según Junquera. «Hay quien se puede lamentar de Cogersa, pero al fin y al cabo ha dado muchos puestos de trabajo. En general el pueblo ha cambiado a mejor», añade. Y eso supone que Serín y sus habitantes resisten como pueden el paso de los años y el acoso de la industria.