Sacerdote y estudiante de órgano en el Instituto Pontífico de Música Sacra de Roma

Ángel CABRANES

Rubén Díez García es un sacerdote praviano de 27 años que siendo apenas un niño encontró su vocación religiosa al mismo tiempo que la musical. Vinculado pastoralmente a la Basílica de Covadonga, donde durante el verano ejerce la función de confesor, el resto del año reside en Roma (Italia), lugar en el que está completando sus estudios de órgano en el Instituto Pontífico de Música Sacra. Díez García define sus interpretaciones musicales como una forma «de unir voces y corazones de todos los que participan en la eucaristía; una ofrenda a Dios de lo mejor que tiene el hombre». El joven clérigo afirma que sus padres, Eliezer y María José, «están muy orgullosos de mi labor sacerdotal». De la misma manera que su única hermana, Paula, de 22 años, que le ayuda en sus conciertos en Asturias.

-¿Cómo fueron sus inicios en la música?

-La vocación musical fue tan temprana como la sacerdotal. A los 13 años ingresé en el seminario menor de Oviedo y compaginé mi formación cristiana con los estudios en el Conservatorio de la capital de Asturias. Allí empecé a tocar el piano y más tarde realicé ocho años de preparación de órgano. Para mí la música juega un papel no sólo como lenguaje artístico, también permite hablar de Dios y facilitar que las personas se comuniquen.

-¿Cuándo ingresó en el Instituto Pontífico de Música Sacra?

-Una vez fui ordenado como sacerdote en Oviedo, el 27 de mayo de 2007, tuve que dejar mis estudios musicales al ser trasladado durante tres años a la iglesia de San Lorenzo de Gijón. Fue el año pasado cuando el Obispo Raúl Berzosa me ofreció la oportunidad de poder terminar mi formación en Roma. Para ello tuve que superar un exámen de piano, canto gregoriano, solfeo y composición.

-¿Cuántos religiosos realizan estos estudios musicales?

-Somos unos 120 alumnos los que nos formamos en música sagrada. El profesorado cuenta con un gran prestigio artístico a nivel internacional. Es el caso de la persona que se encarga de dar las clases de órgano, Giancarlo Parodi.

-¿Continúa en Italia con su función pastoral?

-Sí. Resido en la Iglesia Nacional Española, donde soy maestro de capilla y organista. Fue un honor para mí que me acogieran, algo que en buena parte se lo tengo que agradecer al Monseñor José Luis González Novalín, que fue rector allí hasta hace poco tiempo. También supone un orgullo ser el sucesor de otras personas que estuvieron vinculadas a esta iglesia como Tomás Luis de Victoria y Francisco Guerrero.

-¿Qué opina un sacerdote de 27 años acerca del escasa presencia de jóvenes en las iglesias?

-Hay que tener en cuenta que vivimos en una sociedad notablemente envejecida, pero una de las cosas que debemos fomentar en las diócesis es elaborar proyectos que aúnen cultura y religión para tratar de encontrar nuevos lenguajes de comunicación con los feligreses. Una de las maneras puede llegar a través de la música. Por ejemplo, el órgano une las voces y corazones de todos los que participan en la eucaristía. Es el cauce de la ofrenda a Dios de lo mejor que tiene el hombre. El Señor es belleza que permite dialogar para que todos nos encontremos.

-Acaba de interpretar un concierto de órgano en la iglesia de San Pedro ¿Qué supone para usted esta experiencia?

-Estuve un poco nervioso y le pedí a mi hermana Paula, que estudia Biotecnología en Salamanca, que me ayudara con los libretos. Estar en San Pedro supone una gran responsabilidad, un honor y un regalo de Dios.