Eloy MÉNDEZ

«Maya» pasa a la velocidad de la luz por la gran zona verde situada junto al área residencial de Roces. La galga negra de David Velasco ha ganado ocho kilos desde que llegó al piso de este mierense hace dos años, procedente de Palencia. Ahora pesa 25. A simple vista, nadie diría que fue maltratada hasta el umbral de la muerte por un cazador que decidió abandonarla cuando ya no daba dos pasos seguidos. Rescatada in extremis por una asociación protectora, su actual dueño se hizo con ella para resucitarla. «Todavía desconfía de las personas, le han tenido que dar mucho porque huye de las caricias de los desconocidos», señala. Mientras, la perra se divierte con una veintena de ejemplares de su especie que comparten similar biografía. A todos los ha salvado la mano amiga de sus nuevos propietarios, que se han sumado a la moda de adoptar a estos animales, víctimas del desprecio humano en muchas regiones de España.

«De Pajares para abajo, los galgos son tratados con una brutalidad inexplicable», apunta Velasco, responsable del colectivo Galgoastur, dedicado a poner en contacto a adoptantes de estos perros en Asturias, que han crecido de manera constante durante los últimos meses y que celebran encuentros regulares para poner en común sus experiencias. «Mucha gente se está dando cuenta ahora de que no podemos consentir que continúe semejante desprecio», subraya. Porque la vida útil de un galgo para los cazadores es fugaz: sólo son aptos cuando tienen dos años, ni más ni menos. En cuanto sobrepasan esa edad, muchos mueren ahorcados por sus supuestos cuidadores en pinos castellanos o alcornoques extremeños. Otros son agredidos sin piedad antes del abandono y caen rendidos en cualquier cuneta, sin poder andar ni comer.

Por ese calvario pasó también «Robi», un macho marrón que desde hace tres años campa a sus anchas por la casa de Trasona donde viven Alfonso Antonio y Lidia del Valle. «Decidimos hacernos con él en cuanto nos enteramos de lo que hacían en otros sitios con los galgos», dice el hombre. Tanto cariño le cogieron a su mascota, que decidieron repetir proceso en otras dos ocasiones, con «Pilar» y «Bibi», ejemplares que llegaron a Asturias en los huesos y que ahora son incapaces de estarse quietas ni un segundo en cuanto pisan la calle. «Verlos así es la mayor alegría para nosotros», explica la mujer, que alaba las cualidades de esta raza como animal de compañía. «Por lo general, se cree que son perros intranquilos, pero se pasan casi todo el día durmiendo y nunca dan ningún problema», explica, mientras acaricia el lomo de uno de sus agradecidos canes.

Los miembros de Galgoastur no sólo celebran encuentros en diferentes partes de Asturias sino que también se ponen en contacto con otros colectivos nacionales para hacerse con perros abandonados. El perfil de los integrantes de este grupo es doble: por una parte están los adoptantes, es decir, los dueños de los perros, y por otra, los que ceden sus domicilios como casa de acogida hasta que los recién llegados encuentren propietario. La mayoría son lo uno y lo otro. «Es algo que engancha, no sabes por qué, pero te sientes mejor contigo mismo», reflexiona Velasco.

Esa colaboración entre regiones acercó hace unos días hasta Gijón a Sheila Zorzano, representante de la Asociación Galgo 112, que se trasladó desde Logroño para dejar en su nuevo hogar a un bonito perro que había sido abandonado en las estribaciones de la montaña riojana. «Nosotros nos hacemos con ellos cuando detectamos que están abandonados y luego los acercamos a las casas de acogida antes de que algún dueño se quiera hacer con ellos», explica, tras reiterar la importancia que en todo este proceso tienen las redes sociales creadas por los interesados. «Estamos en permanente contacto por internet o por teléfono», añade, satisfecha por la creciente demanda experimentada en los últimos meses en casi toda España. «La gente se está concienciando de un problema español que en otros países europeos produce vergüenza», concluye.

«Es lo mejor que he podido hacer», razona, a unos pasos, Mariano González, que desde hace dos años comparte salón con «Bildur», que se ha convertido en la «mimada» de su adosado en la parroquia de Vega, donde también enredan tres schnauzer miniatura. «Nunca creí que los galgos sirvieran como animales de compañía y resulta que son los mejores», señala entre risas, tras reconocer que ya ha hecho hueco para alguno más de cara a los próximos meses.