Sacerdote

Ignacio PELÁEZ

-¿Sacerdote, cura, párroco o siervo de Dios...?

-Yo creo que cura. Cura es el que está al cuidado de la gente. Hay curas que fueron médicos, arquitectos, profesores de Universidad... Para mí lo importante es el trato con la gente, ser cura de un pueblo, de un barrio, ser uno más de la comunidad siendo el cura. Ser cura y meterme a dar clase, para eso no lo soy. Un cura es el que cura a los demás.

-Se le considera un personaje relevante de los 70 en Gijón.

-Soy un cura que vivió esa época con mucho interés. Desde que terminé la carrera, hace ya sesenta años, pues me preocupa mucho el aspecto social de la vida, la gente. Yo viví la dictadura de Franco y la transición y los momentos posteriores. Es una etapa histórica muy bonita y muy interesante. Merece la pena recordarlo y hablarlo.

-¿Cómo fueron sus inicios?

-Yo terminé la carrera en el año 1951, en plena dictadura. En general las dictaduras no son buenas para la libertad de la gente. Quizás hubo un cierto optimismo económico pero faltaba lo primordial, la libertad. Había muchos problemas para reunirse, para hablar. Sobre todo en los últimos tiempos de la dictadura, en el campo eclesiástico, que es el que yo domino, la Iglesia sufrió muchos problemas de cara al Gobierno. En aquella época hubo en Zamora la primera cárcel del mundo sólo para curas, cosa que no pasaba en ningún otro país. Pese a que era considerado el país más católico del mundo tenía una cárcel para los curas.

-¿Hubo muchos curas que no eran afines al régimen?

-Había curas que hablaban del cambio, de la libertad y de los derechos humanos, era gente que dio la cara. La etapa de transición fue realmente difícil. El cardenal Tarancón fue clave en la transición pacífica, por ejemplo. Pero había pintadas de «Tarancón al paredón» porque él era de espíritu abierto y pasó las de Caín por querer ser comprometido. A menor escala, en Asturias hubo curas que se distinguieron por su ideal social y por reclamar una sociedad democrática y plural. Algo que está costando, porque seguimos en una especie de transición.

-Usted incluso dejaba que se hicieran asambleas y huelgas dentro del templo parroquial.

-La parroquia de San José debería llamarse Nuestra Señora del Encierro; entraban unos, salían otros? Era la época de las huelgas de muchos sectores de trabajadores de aquí, como los de Naval Gijón. La única manera que tenía la gente de relacionarse y juntarse era en una iglesia porque había un Concordato y la Policía no podía entrar. Los obreros se sentían protegidos de alguna forma.

-¿Lo respetaba la Policía?

-En una ocasión echó a los trabajadores de la mina de La Camocha a golpes y a una señora que quiso calmar a los guardias le pegaron un pelotazo en el ojo. Fue un accidente. Había mucha tirantez en esos casos. Una vez llamé al gobernador y le expliqué que se estaba creando una batalla campal allí mismo y afortunadamente dio la orden y la Policía se retiró. Hubo cosas muy desagradables.

-¿Era peligroso protestar?

-En la primera manifestación que hicimos y que la Policía nos dispersó a palas, teníamos unas pancartas que decían: «Queremos aceras», porque en el barrio las calles eran de barro. Coincidió con una visita a Gijón de los Reyes de España, de aquella Príncipes, y ellos iban a pasar por ahí en la ruta que tenían establecida. Alguien lo comunicó y cambiaron el recorrido y quedamos con las pancartas envueltas.

-¿Había mucha hostilidad por aquel entonces?

-Hubo un inicio positivo de la transición en la que los políticos fueron unos señores. Todos, los de izquierdas y los de derechas, supieron ceder y poner por encima de sus propios intereses y de sus partidos la salud y vitalidad de España. Y se consiguió. Tras lo de Carrero pudo haber habido una guerra civil, pero los políticos fueron sensatos y demócratas. En ese sentido la Iglesia se mantuvo fiel a su mensaje y optó por la defensa de las libertades de los ciudadanos, el pluralismo y la lucha obrera. Dentro de ella había movimientos obreros como la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) o la JOC (Juventud Obrera Católica), dos movimientos católicos y cristianos.

-¿Era difícil mantener esa línea social?

-Sí, yo creo que desgraciadamente los tiempos son distintos. Yo conocí una Iglesia en los años setenta valiente, que daba la cara, una Iglesia que cuando la autoridad civil cerraba las juntas vecinales, nosotros abríamos las puertas para que las asambleas fueran allí; era una Iglesia digna de respeto y apreciada. Por razones que yo no acierto a descifrar ahora la Iglesia es más cómoda, menos exigente. Hoy los curas jóvenes van por la liturgia, por la vestimenta sacerdotal y que así se distingan de los demás cristianos que van vestidos de paisano. Y así nos luce el pelo. Es tremendo pensar que la Iglesia es la penúltima en aprecio de la gente y que un tanto por ciento elevadísimo de chavales está en contra de ella.

-Usted llegó a montar una tómbola benéfica...

-Un hito socialmente hablando fue el gueto social de Santa Bárbara en el 61. Yo traje una tómbola de Madrid, que me costó un millón de pesetas de aquélla, y con el beneficio hicimos un centro social en la parroquia. Fue el primer centro que se hizo independiente (los otros pertenecían al sindicato vertical) y éste era del pueblo, del barrio. El cura era un vocal más para que no sólo los integrantes de la comunidad pudieran acceder. Teníamos talleres, sala de televisión?

-Incluso promovió la construcción de escuelas.

-Ése es otro hito. En el barrio de La Calzada no había escuelas en el 63 y ya tenía 20.000 habitantes. Entonces fundamos el primer instituto. Luchamos mucho por la construcción de escuelas para que los chavales del barrio pudieran cursar el Bachiller. Gracias a eso, conseguimos facilitar los estudios a muchos jóvenes.

-Nunca cobró por el uso de la iglesia.

-Oficialmente se tiene una especie de arancel, que yo siempre digo que las misas suben y bajan como las patatas. Hay unos aranceles legítimos que se pueden cobrar. Yo y unos compañeros que siempre nos reuníamos, todos curas, nunca cobrábamos un duro. Todo lo que obteníamos salía de la colecta de los domingos y de las donaciones. Hace mucho que la Iglesia prometió al Gobierno su independencia económica y eso no termina de llegar. Algunos no lo vemos claro, aunque reconozco la importante labor social que hace la Iglesia. El tema económico no está bien tratado, la mayoría de los curas tenemos una pensión ínfima porque contribuimos poco. Y lo mejor sería que el que sea creyente que sostenga y apoye económicamente a la sociedad a la que pertenece y no apoyarse en los gobiernos.

-¿Hay posibilidad de cambio, de un futuro más tolerante dentro de la Iglesia?

-Yo soy creyente, creo en el Espíritu. Creo que, a pesar de la mala conducta de muchos de nosotros, la Iglesia sigue adelante. Yo soy optimista por naturaleza y de hecho hay amaneceres de la Iglesia preciosos. Como en países de Latinoamérica, cómo viven en comunidad, el mundo de la misión? Mientras aquí nos morimos de dolor allí están haciendo algo maravilloso.

-«Rezo poco, pero rezo bien», dice. ¿Es necesario rezar mucho?

-[Ríe] Más que rezar hay que obrar. Yo creo que cuando te despiertas por la mañana hay que tener una referencia y un saludo filial y cariñoso hacia quien está arriba, abajo, o en medio, o dentro de ti que es lo importante, pues está. No hace falta un rosario, que te duermes a la mitad. Yo creo que el rezo es una relación cordial. Algo hay que rezar porque Jesús es un amigo y hay que hablar con él.

-¿Por quién rezaría José Luis Martínez el cura un padrenuestro?

-Por la gente que sufre, por los pobres que no tienen casa, ni luz; por los abandonados; los marginados. Por los niños solos y tristes y hambrientos. Rezaría sobre todo por la pobreza y la marginación.