Luján PALACIOS

En el año 2004 llegó al puerto de El Musel un ejemplar de jaiba azul. Se trata de un pequeño cangrejo originario de América y las costas caribeñas, y aunque su localización en aguas del Cantábrico no ha tenido por el momento mayores consecuencias, constituye un ejemplo de un importante tipo de contaminación marina, que puede llegar a alterar ecosistemas y modificar la biodiversidad de los mares: la contaminación por el agua de lastre de los buques. Rafael García Méndez, director de la Escuela de Marina Civil, advirtió ayer de la peligrosidad de estos intercambios de especies, un problema «comparable al del cambio climático».

El profesor indicó durante el curso de verano de la Universidad titulado «Contaminación marina» que para el año 2050 se espera que «habrá más especies alóctonas que autóctonas; o lo que es lo mismo, los ecosistemas y las especies estarán mezclados en cualquier parte del mundo».

Este tipo de contaminación se produce cuando los buques vierten el agua que llevan como lastre para poder navegar en condiciones de seguridad en un punto diferente al lugar de origen. Así, aguas tropicales que portan especies propias de esas latitudes pueden acabar en mares más fríos y desencadenar una invasión de especies que llegan en algunos casos a acabar con la fauna marina original. El puerto de El Musel fue de hecho el primer punto de España en el que se detectó la llegada de un invasor, aunque con el paso de los años no se han apreciado alteraciones en el ecosistema cantábrico. En todo caso, el profesor García Méndez llamó a «estar alerta», toda vez que del mismo modo que las aguas de lastre portan especies animales, también pueden transportar algas invasoras que acaban con el sustento de los peces o incluso virus, como el que causó un brote de cólera en Perú en el año 1994 con más de 10.000 muertos por una cepa que viajó en un buque desde Asia.

En la actualidad, los estados están intentando poner en marcha medidas obligatorias para la purificación del agua, de manera que se evite esta mezcla de especies. Pero la falta de acuerdo por parte de los países con las mayores flotas de buques de carga «está impidiendo el desarrollo de estas actuaciones», subrayó García Méndez.

Otro de los grandes caballos de batalla en cuanto a contaminación marina es la generada por los metales pesados, que «se van acumulando de manera exponencial y cuando llegan a la cadena trófica pueden ser peligrosos para la salud humana», reconoció el profesor. Sin llegar a la alarma, el director de la Escuela de Marina defendió que «todo lo que echamos al mar, el mar nos lo devuelve», por lo que la recomendación de que los niños no coman pez espada o atún rojo por la concentración que presentan de metales pesados no se presenta como una cuestión menor. «Cuando estos contaminantes entran en la cadena alimentaria, su concentración va creciendo de forma exponencial, y el organismo no es capaz de eliminarlos», advirtió.

Por ello, «es fundamental que los metales pesados se traten en el punto en el que se originan, mejor que a posteriori, cuando ya han pasado a la red de alcantarillado». En este sentido, Rafael García Méndez recordó los «grandes avances» en el tratamiento de residuos, que han hecho que las 3.800 toneladas de metales pesados como plomo, cinc o níquel que salían por los emisarios de Gijón en 1993 «se hayan reducido de manera muy notable».

Pero «no hay que bajar la guardia, nunca es suficiente», indicó, por lo que «la depuradora del Este es necesaria y urgente», apuntó el profesor. «Tenemos que seguir tomando medidas, ahora hay muchos más medios para evitar la contaminación, pero no podemos olvidar que el mar es el mayor estercolero del mundo», subrayó Rafael García Méndez.