A Lourdes Mieres no le pesa el apellido, sino al contrario, fiel a él, ha sabido asumir con naturalidad la genética y centrar su vida, su trabajo, todos sus sueños en el arte. Es una idealista disfrazada de cierto matiz de aspereza; los que no la conocen pueden encontrarse con una persona poco accesible. Nada más falso; bajo esa leve capa, que es solo timidez, hay una mujer bondadosa, incluso tierna, que se hace querer. Es humilde, sincera y mal hablada.

-Por favor, defínase.

-Nací en Madrid (1957) de casualidad, segunda de siete hermanos, pero me considero asturiana ya que vivo en Gijón desde que tenía tres años. Me tengo por trabajadora, disciplinada, quizá excesivamente responsable. Tengo pocas amigas. Me gusta la enseñanza, pero lo que no me gusta es agotar las energías en mantener el orden en clase.

-¿Dónde vive?

-Cerca de Begoña, un sitio precioso, con vistas interesantes y otras que lo son menos y que no puedo describir.

-¿Siempre ha querido ser pintora?

-Los recuerdos de mi infancia son muy vagos, pero sé que a los 16 años sí me tentó la pintura. Al llegar a COU dudé entre estudiar Historia del Arte o Bellas Artes, para acabar optando por la segunda. Hice la carrera en Madrid, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando.

-Era natural, después de crecer entre óleos y barnices...

-Es cierto, mi padre en aquella época aún no tenía estudio y pintaba en casa, en el salón, aunque luego era ordenado y lo recogía todo.

-¿Él, Alejandro Mieres, influyó en su propia trayectoria artística?

-No, lo único que hizo fue prepararme para el examen de ingreso en la Academia, que era bastante difícil, pero a partir de ahí nunca incidió en mi pintura. Tengo dos hermanos pintores y dos tatuadores.

-Pero algo habrá heredado de su padre...

-Sí, el amor y el respeto por el trabajo artesanal.

-¿En qué momento de su vida ha sido más feliz?

-Creo que en la infancia de mis hijas, cuando éstas contaban tres o cuatro años; eran preciosas y ya podía disfrutarlas. Antes, no, al ser gemelas, su crianza, unida a mi trabajo, me dejó extenuada. No me quedaba tiempo ni para pensar.

-¿Cuál es el rasgo principal de su carácter?

-Soy muy persistente; algo que tiene doble alcance, bueno para unas cosas y malo para otras.

-¿Qué talento sumaría a su personalidad?

-Alguno relacionado con la música. Por ejemplo, cantar bien debe de proporcionar una sensación maravillosa. O ser un buen instrumentista de jazz.

-¿A qué tiene miedo?

-A perder los sueños. Si no tienes sueños se apaga el impulso vital.

-¿Usted, dónde los centra?

-En la pintura, por supuesto. En lograr objetivos concretos, en que se valore cada vez más mi trabajo, en evolucionar hacia un camino de plenitud.

-¿Qué posee de mayor valor artístico?

-Un óleo de mi padre, el único cuadro que se salvó del incendio de su estudio. Me lo había regalado unos días antes del desastre. Representa un camino de piedras, todo en color gris.

-¿Cambiaria algo en su apariencia física?

-Estoy contenta porque he adelgazado. Soy partidaria de efectuar arreglitos fáciles, pero nunca en un quirófano.

-¿Su grado de coquetería, sobre diez?

-Pongamos un siete... Me he quedado un poco en una hippie revenida, coqueta sin pasarme. Me gusta la ropa, aunque para asistir al Instituto prácticamente visto de uniforme.

-¿Se considera una buena docente?

-En cuestiones de disciplina intento ser inflexible, pero para prestar ayuda a mis alumnos soy una madre, incluso una madre pesada. A la hora de calificar, creo ser justa; ya les hice trabajar tanto que todos rinden.

-¿Qué no puede soportar?

-La injusticia, la pobreza del mundo, el daño que se les hace a los niños, a las mujeres, a los ancianos. Los abusos, la deslealtad, la mentira... Me duele que haya personas que nacen sólo para sufrir.

-¿Ha cambiado algo la crisis en su casa?

-El año pasado nos bajaron el sueldo a los funcionarios. Y lo sufrimos los dos, mi marido, Juan José García y Rúa y yo. En consecuencia hubo unos meses, hasta que me ajusté, que gastaba más que ganaba. Entre la hipoteca, una hija en el extranjero...

-¿Acaso es derrochadora?

-No, pero no soy lista para invertir. Nunca podría dedicarme a la banca.

-Políticamente, ¿por donde se inclina?

-Por la izquierda, aunque en estos momentos me siento muy cansada de todos los políticos. Pero, desde siempre, he tratado a la gente por lo que son, no por su ideología.

-¿Quién es su estrella artística?

-René Magritte, el pintor surrealista belga, aunque hay muchos otros a los que admiro. Cuando tenía siete años mi padre me llevó al Museo del Prado, y las pinturas negras de Goya me impresionaron. Sentí miedo ante aquellas imágenes de «Saturno devorando a sus hijos», y a la vez fascinación. Lo mismo me ocurrió con «Los desastres de la guerra». Me gusta la obra de El Bosco, de Frida Kahlo...

-¿Cómo anda de sentido del humor?

-Fatal. Soy muy seria, aunque me gusta el cine de humor. He visto la película «Primera plana», de Billy Wilder, un sinfín de veces, y en todas me río, aunque la sé de memoria. Pero de otro modo nunca cuento chistes, no sabría.

-¿Sostiene algún proyecto inmediato relacionado con su propio arte?

-Tengo obra abundante, y sigo pintando, pero aunque mis expectativas carecen de fecha concreta, conservo una gran ilusión.