Ir de nuevo a Covadonga: era el deseo de Miguel. Como cada año, el viaje está programado para el próximo día 28. Hace una semana, Miguel Díaz-Negrete se apuntó para ir en microbús, con sus compañeros de los viernes. Este año el vehículo llevará una plaza vacía.

Desde que enviudó, Miguel acudía a la comida de los viernes. Puntual. Para compartir con nosotros el pan y el vino. Él decía... «desde que cambió mi situación familiar»... no quiero perder estas comidas de amigos.

En las comidas quedará su silla vacía, enfrente de mí. Echaremos de menos sus palabras, que se referían al pasado de Gijón, de la construcción de la ciudad y de los cambios vividos. De las directivas del Sporting, con las anécdotas de los entrenadores. De su relación con los sucesivos presidentes, destacando siempre a su querido Víctor Manuel Felgueroso Suardíaz. Una amistad que hizo que apadrinase y pusiese el nombre de Miguel a uno de sus catorce hijos. Sabía mucho y sabía exponerlo de forma ordenada. Un nonagenario con espíritu de joven, deportista activo hasta el final.

Ferviente cristiano, de misa y comunión diaria. Amante de su numerosa familia, le gustaba reunirlos a todos en su casa o en los viajes que organizaba. Tenía en el trabajo de arquitecto su vocación, que no abandonó en ningún momento. Todo lo quería saber y comprender. Por eso recopiló información. Más de 3.000 volúmenes, que donó, el pasado mes de julio, a la Fundación Alvargonzález. Una colección de revistas y libros de Arte, en especial de arquitectura. Para que puedan ser leídos por los estudiosos. Se desprendió de ellos, con la satisfacción de que serán custodiados, bien catalogados.

Así, ahora, se puede ir tranquilo, a reunirse con quien le precedió. Después de cumplir con sus obligaciones y devociones. Amor a Dios sobre todas las cosas... y a su familia, a su ciudad, a su trabajo y a sus amigos. Un ejemplo a seguir, de hacer las cosas bien.

Nos queda su recuerdo.

Gracias, Miguel, por tu amistad..., y que Dios te dé lo que te mereces.