Experto en literatura infantil

J. MORÁN

Paco Abril empezó a escribir para niños y a estudiar los cuentos infantiles hace más de treinta y cinco años. Ha contado cuentos e impartido cursos y conferencias sobre esta materia por toda España, o en París, Casablanca, Lisboa, Miami, Nueva York y México. Fue coordinador de bibliotecas, promoción de la lectura y área de infancia de la Fundación Municipal de Cultura de Gijón, entidad de la que ahora mismo se acaba de jubilar al cumplir 65 años (el pasado sábado). En 1989 lanza el suplemento infantil semanal «La Oreja Verde», en LA NUEVA ESPAÑA, próximo a cumplir los mil números. Nacido en Teruel, se afinca definitivamente en Asturias, donde estudió Magisterio (1968).

-¿Hay que contarle a un niño que estamos en crisis?

-Es complicado, y lo terrible es que estoy oyendo a niños y niñas de 8 años decir que para qué van a estudiar, para qué van a esforzarse, si en el futuro no van a tener trabajo. Esto requiere que los políticos y los maestros se pongan a pensar, porque estamos haciendo una profecía que se autocumple, estamos diciéndoles a las nuevas generaciones que van a tener un futuro peor. No creo que haya que decirles a los niños que estamos en crisis. Estoy completamente en desacuerdo con la manida palabreja, porque ha habido en la historia de la Humanidad situaciones y problemas tremendos de los que hemos salido a base de imaginación. Si hoy hay una crisis, es crisis de imaginación. Y también hay una manipulación del concepto. Hay quien dice que en lugar de hablar de crisis vamos a empezar a hablar de otra cosa, es decir, que nos han estafado, nos han robado, y en una crisis pagan siempre los más débiles.

-Pero a un niño que ve escaseces en su casa, ¿cómo hay que contárselo?

-Igual que a un niño que tenga abundancia, porque a los niños no hay que darles de todo. Ésa es la peor educación. Recuerdo el caso de aquella chica que a los 16 años dijo que su padre no la quería, y cuando le preguntaron por qué dijo: «Porque de niña me dio de todo». Quien quiere a su niños sabe ponerles límites, decir «no» en un momento determinado.

-Pero, insisto, ¿a los niños hay que hablarles de la crisis?

-Se les puede contar prácticamente todo, y, sobre todo, escucharles, porque los niños son invisibles para la mayoría de los adultos. Pero hay que contarles las cosas con unas consideraciones fundamentales: con respeto, con afecto.

-¿Éste sería un cuento con final feliz o triste?

-Soy partidario de los cuentos con final feliz. Sobre esto hay discusión, pero el final feliz es una esperanza. Aunque hagamos bajar a los niños al infierno, la esperanza es una llama que se enciende en la oscuridad. Tenemos la obligación educativa de darles esperanza, de decirles que se puede cambiar y que ellos lo pueden hacer. El final triste en los cuentos es terrible. Es terrible decirle a alguien que no tiene esperanza y que no hay un resquicio, una posibilidad. Siempre hay una salida y eso es por lo que tienen que luchar los niños; hay que decirles que ellos van a tener las herramientas para hacer mejor el mundo.

-¿Es el cuento la mejor herramienta educativa para un niño?

-También está el juego, importantísimo y decisivo. El juego está inscrito en la naturaleza de los niños. A través del juego establecen unas relaciones de convivencia que no pueden establecer en las relaciones con los adultos, unas relaciones de igualdad, de equidad entre ellos. Ya Piaget hablaba de las reglas del juego que establecen los niños, de las que podrían aprender los políticos. Al que se salga de las reglas, los otros niños le pueden decir que en ese momento ya no está jugando. La cooperación en el juego, la transmisión de unos a otros es decisiva.

-¿Y los cuentos?

-Me he dedicado a investigarlos no sólo desde el punto de vista de contarlos, que es el arte de transmitir una historia que conmueve, sino también de analizarlos desde el punto de vista de por qué un niño o una niña quedan fascinados ante un cuento, obnubilados, y piden cada noche antes de dormir que les cuenten una historia. Ésa es la pregunta a la cual he tratado de responder de una forma lo más fundamentada posible y para ello incluso hay que abordar tratados de neurología, para entender, por ejemplo, la identificación. ¿Por qué nos identificamos con las ficciones, o con lo que estemos viendo en una pantalla, o cuando vemos un acontecimiento deportivo que hace sufrir, que emociona?

-¿Cuáles son sus conclusiones?

-Cada vez que le contamos un cuento a un niño, le damos una serie de regalos, de dones. «Los dones de los cuentos», los he llamado. Habrá más, pero he encontrado doce dones, entre ellos el don del afecto. Cada vez que un padre o una madre se sienta a la vera de la cama de un niño o niña, no sólo le está contando una historia, sino que le está dando su tiempo y lo mejor de sí mismo. Le está prestando una «atención atenta», porque puede haber también una «atención desatenta». Yo te cuento este cuento porque te considero, porque te valoro, porque te quiero. Esto es tan fundamental que no se puede sustituir con nada; ni con un vídeo, ni con una grabación de voz. Este contacto personal, este lazo afectivo, le da al niño una fuerza impresionante. Porque la fortaleza podría ser otro don de los cuentos, para crecer por dentro, por donde no se ve. No queremos crear niños blandos, sino fuertes, pero ¡ojo!, la fortaleza no tiene nada que ver con que no sean sensibles. Al contrario, se puede ser sensible y fuerte.

-¿Y la identificación?

-Está muy de moda la neurociencia. El último premio «Príncipe de Asturias» de Ciencias se lo dieron a un neurocientífico que descubrió lo que se han llamado las neuronas espejo, las de la empatía, o de ponerse en lugar del otro. Este científico, Giacomo Rizzolatti, ha estudiado cómo a los monos, al comer, se les activa una parte del cerebro. Pero un día observó que también se estimulaba esa parte sin que estuvieran comiendo, sino viendo comer a otros monos. Ese «como si», ese ver al otro como si él mismo lo estuviera haciendo es lo que nos interesa. Si un niño está leyendo una aventura, está viviéndola como si estuviera en ella. Puede que la clave esté en las neuronas espejo, pero hay que ser muy cautos. No hay que hablar de un cerebrocentrismo, porque en los seres humanos su cerebro es el resultado de las interacciones con el ambiente.

-Está hablando del niño que ya es lector.

-Es otro don fundamental de los cuentos. Ahora que estamos pasando a la era digital hay que preguntares qué perdemos si pasamos a ella y abandonamos la lectura. No nacemos lectores, sino que nos hacemos lectores, y la lectura amplía nuestra capacidad cerebral. Lo que estamos haciendo en muchos casos con los niños son actividades contrarias al fomento de la lectura. Lo que necesitamos no es enseñar más, sino desenseñar lo mal aprendido, quitar estorbos para que los niños puedan acceder a la lectura.

-¿Beneficios y riesgos del mundo digital para el niño frente al de la lectura tradicional?

-Hay que compatibilizar ambos mundos, porque no se excluyen. Sabemos lo importante que es la lectura y que para entrar en el mundo digital la llave es la lectura. Un analfabeto no puede entrar en el mundo digital. Pero la lectura es lenta y el mundo digital es rápido, y hay que compatibilizar esos dos logros de la Humanidad. Y hay posibilidades de hacerlo. Y hay que hacer una defensa de la lentitud. La amistad es lenta, el amor es lento, la lectura es lenta... y los grandes placeres de la vida son lentos. El pensamiento también es lento y no hay amistad apresurada.

-¿Cuáles son las características de un buen cuento?

-Tres que he sacado de expresiones y comentarios de niños. Una niña de 4 años le dijo una vez a su madre: «Cuéntame un cuento, pero con ganas». Eso es con entusiasmo. No vale un cuento contado rápidamente y a ver si el niño se duerme. Segunda característica; que tenga «y de repente», que es el anuncio de que algo me va a hacer vibrar. Y, por último, tener una «oreja verde», que es un poema de Rodari, un gran escritor italiano ya fallecido, renovador de la literatura infantil. Su poema es el que da nombre al suplemento de LA NUEVA ESPAÑA. En ese poema dice que oye a los niños y a las niñas cuando cuentan cosas que a las orejas maduras les parecen misteriosas. Es decir, que plantea un oído especial para escuchar lo que la infancia tenga que decir. Ese saber escuchar es fundamental. A los contadores de cuentos les digo que han de saber contar y saber escuchar, hasta con los ojos, al público al que le están contando.

-¿Planes para la jubilación?

-Me jubilo del trabajo de la Fundación de Cultura, pero continúa «La oreja verde», que la coordina Ana López, mi mujer. Y gracias a dos personas extraordinarias, Olga y Miguel, que llevan la galería «El Arte de lo Imposible», voy a abrir aquí, en Gijón, en marzo, una nueva galería con una exposición mía de «collages». Estoy pensando llamarla «El papel de mi vida».