Que estamos mal o muy mal, no hay ninguna duda de ello. Alguien que no quiso ver la realidad y se enfrascó en que era una situación de falta de patriotismo de quienes le advertían de ello debiera dar cuenta ante la justicia, pues ha arrastrado a un país en proceso de desarrollo hacia el subdesarrollo.

¿Pero hemos de seguir necesariamente las estrictas instrucciones que emanan desde Bruselas? La responsabilidad de volver a conseguir el Estado de bienestar, o al menos de no deteriorarlo más, es nuestra, es decir, de los españoles, no del resto de los europeos. Es hora de plantarse y decir a quienes imponen su criterio en Europa que las políticas basadas en atajar los déficit sólo por la vía de los recortes nos llevan a que los pobres serán más pobres y los ricos se reducirán en número aunque cada vez serán más ricos. La clase media, ya escasa, terminará desapareciendo. Quedarán en el mercado laboral sólo empresas multinacionales que se desarrollarán en los países más pobres y pequeños empresarios con negocios de subsistencia. Todo ello no mejorará nuestra cuota de empleo y seguirá creciendo el paro.

Las reformas recientes, tanto laboral como financiera, eran necesarias, pero resultan insuficientes, y hasta me atrevo a decir de alguna de ellas que injusta, si no van acompañadas de relanzamiento en paralelo de la productividad y de incorporar circulante al mercado crediticio.

¿Es ésta la Europa en la que confiábamos, la de las desigualdades de sus naciones y desequilibrios económicos en sus habitantes?

España tiene que encontrar su propio camino, no debe conducirse por el que le marcan desde Bruselas. El déficit no se debe corregir sólo con recortes, por lo tanto, tendrá que plantarse y hacerse valer ante sus «competidores», que no «compañeros de viaje». No hay problemas comunes, cada país tiene sus propias cargas y la nuestra es prioritariamente el paro.

Empecemos por eliminar costes políticos y administrativos que no añaden valor e impiden crecimiento, como gastos autonómicos, corporaciones menores de un parámetro determinado y corregir descentralizaciones para volver a hablar de economía de escala. Esto es imprescindible lo mande o no lo mande Europa. Los recortes por este camino irán mejor encaminados que los de eliminar empresas por los obstáculos que tienen en su camino.

Con el importe de este ahorro se deberá corregir la liquidez del sistema financiero, además de imponerle a éste un coeficiente de inversión obligatorio. Sí, dejemos caer a las entidades en quiebra técnica sin apoyos estatales, al igual que a las empresas y autónomos, es decir, regulemos el mercado financiero por la solvencia y capacidad propias de las entidades que lo componen, y si esta medida no fuera suficiente, en corto plazo habrá que pensar en banca pública de emergencia. Lo cierto es que las empresas no funcionan sin crédito al igual que el cuerpo humano no lo hace sin sangre que circule por sus venas. Ésta es la responsabilidad de nuestro sistema financiero, a cuyo frente debe estar el Banco de España.

Nuestro país debe reencontrar su propio camino productivo, para lo cual deberá pensar en potenciar sus ingresos por producción y tratar de nivelar la balanza comercial con el equilibrio de importaciones y exportaciones, aunque sea a base de penalizar las primeras con impuestos especiales. ¿Que no es justo en un territorio comunitario? ¿Es que lo es el desequilibrio económico que se está defendiendo por ciertos países de la Unión?

Y, por supuesto, aunque pueda parecer que no tiene nada que ver con la economía, es imprescindible que se restablezca la seguridad jurídica para que vuelvan la inversión internacional y la nacional propiamente dicha, que se traslade confianza en el exterior hacia España, que se destierre la corrupción, que no se persiga al emprendedor, que vuelva la imagen del trabajador español y, sobre todo, que se impongan la moral y la ética en todos los estamentos y personas. ¿Difícil? Sí, pero no imposible.