Luján PALACIOS

La «dama inglesa» espera paciente el momento de su reaparición en sociedad. La locomotora de colección que fue trasladada el año pasado desde la estación de Jovellanos (ahora demolida por el plan de vías de la ciudad) hasta el Museo del Ferrocarril está inmersa en pleno proceso de restauración para devolverle su esplendor y pasar a ser una de las joyas de la ciudad. No en vano se trata, según los expertos, de «la locomotora más estética que se ha hecho».

La máquina llevaba parada en Gijón desde la Nochevieja del año 1994, a la espera de pasar al museo para ser restaurada. Ahora, a pocos meses de que se cumpla un año de su traslado, está siendo tratada por un equipo de expertos que le devuelve, poco a poco y con mimo, el lustre perdido. Porque, aunque su aspecto pueda parecer deteriorado, «en realidad está en un estado muy bueno», asegura el director del Museo de Ferrocarril, Javier Fernández, porque «sólo presenta corrosión exterior y está completa, excepto un cristal de una cabina y un foco».

Desde su llegada a los talleres del museo, ha pasado por varios procesos. El primero fue la redacción de una ficha con un amplio estudio histórico, en el que se recoge cómo fue la primera máquina de la serie 7700 de tracción eléctrica que atravesó Pajares, allá por el año 1955. Construida en acero naval, por la Vulcan Foundry y la English Electric, ha sido sometida a lo largo de los últimos meses a diversas catas de su pintura para comprobar el estado de la chapa, y para «destapar» el color original con el que salió de fábrica.

Una cuestión «importante», porque el verde inglés es uno de los más complicados de conseguir. «En general, el color verde es uno de los más difíciles, y muchas veces se establecen polémicas por el tono inicial», precisa Fernández. Se trata, en definitiva, de un proceso «arqueológico», en el que han intervenido expertos ingleses a los que ha consultado el museo gijonés.

Una vez que se revisan las cuestiones técnicas, el museo redacta también un documento en el que se pone en valor la pieza. Esto es, se le da su valor como testimonio. «Vemos qué es lo que nos puede contar como pieza histórica», indica el director del Museo del Ferrocarril. En este caso, la historia es prolija y está bien documentada. La máquina permaneció 40 años en servicio, a lo largo de los que sufrió varias reformas de pintura y de elementos.

En España, se han conservado otras tres máquinas como la gijonesa, y en el caso de la que se guarda en León, ha sido declarada bien de interés cultural (BIC). La de Zaragoza se ha incluido en el inventario histórico de Aragón, y también se conserva otra en Galicia.

La de Gijón fue la última que circuló, y la intención del equipo de restauradores es la de «dejarla como estaba cuando funcionaba en los años 70 y 80», para que su aspecto sea lo más fiel posible a la memoria de los nostálgicos. La decisión de retornarla al aspecto que tenía en estos años se tomó en virtud de «su valor histórico, de la importancia que tiene como testimonio de la historia ferroviaria asturiana», explica Pachi García, arqueóloga y directora de las restauraciones en el museo.

El cuerpo principal de esta máquina pesa 122 toneladas y tiene 22 metros de longitud. Además de la gran novedad que supuso por la llegada de la electrificación, esta mole cuenta también con algunos importantes avances para los maquinistas: en el morro dispone de un espacio amplio para el descanso de los conductores. En Brasil, tal y como relata Javier Fernández, los maquinistas llegaron a colocar camas en el hueco del frontal de la máquina para descansar en los viajes más largos.

En cuanto terminen los trabajos de restauración, la máquina pasará a formar parte destacada entre las piezas del museo, porque es toda una dama y porque su historia tiene mucho que contar a los gijoneses.