Párroco del Cristo de las Cadenas

J. MORÁN

El ex rector de la basílica del Sagrado Corazón, Julián Herrojo, dictó ayer en el Ateneo Jovellanos la conferencia «Benedicto XVI, balance de un pontificado». El hoy párroco del templo del Cristo de las Cadenas, en Oviedo, destaca el papel ante la sociedad del Papa Ratzinger, que renunció a la silla de Pedro el pasado 28 de febrero.

-Un titular para resumir un papado.

-Benedicto XVI es el Papa si no más grande, porque es difícil decir eso, sí más profundo de toda la historia de la Iglesia, y hago un paralelismo simbólico con San León Magno, que fue el que detuvo a los Hunos y a Atila durante la invasión de los bárbaros. Benedicto XVI ha sido quien detuvo, por así decirlo, la barbarie de la irracionalidad que fue extendiéndose por Europa, y en parte todavía sigue, en estos últimos 20 o 30 años. Por eso algunas obras que recogen enseñanzas de Benedicto XVI, o comentarios sobre él, han tenido el título, por ejemplo, de «Dios salve la razón», un libro en el que escribe Gustavo Bueno. Todo eso es una aportación valiosísima frente a la barbarie de la irracionalidad y del relativismo.

-¿Cuál ha sido su mensaje central?

-También me parece que Benedicto XVI es el Papa que en toda la historia de la Iglesia más se ha acercado y dirigido al mundo exterior. Obviamente, la primera misión de un Papa es gobernar la Iglesia y dirigirse a sus fieles, pero sin ignorar que la misión de la Iglesia es también evangelizar el mundo. Benedicto XVI es el que más se ha dirigido hacia el exterior, asentando y mostrando cuál es el valor que tiene la fe cristiana para el increyente y para el mundo, y que se apoya precisamente en la razón. Por ejemplo, algo luminoso de Benedicto XVI es insistir repetidas veces en que la Iglesia no inventó el Derecho Natural, sino que reflexionó e hizo filosofía a partir de ello, y lo que la Iglesia propone a las sociedades y a los Estados es a partir de la razón, la naturaleza y del Derecho Natural.

-¿Ha tenido éxito?

-Esa idea de dirigirse al mundo la transmitió muy bien Mario Vargas Llosa cuando, a raíz de la renuncia de Benedicto XVI, dijo que es el único Papa al que ha podido leer con gran gusto y satisfacción, sin aburrirse, y teniendo en cuenta, dice él mismo, que es agnóstico.

-¿Y en comparación con el Papa Wojtyla?

-Juan Pablo II nos quitó el temor de proclamarnos católicos y Benedicto XVI nos dio el orgullo de llamarnos y proclamarnos católicos. Para mí es una figura grandiosa y agradezco mucho la invitación del Ateneo porque tenía ganas de decir estas cosas sobre este gran Papa.

-¿Alguna intervención especialmente señalada de Benedicto XVI?

-Las tres enseñanzas suyas que me parecen mas sustanciales -fuera de las encíclicas- son en intervenciones suyas que yo llamo magistrales. Por orden cronológico, primero, el discurso en la Universidad de Ratisbona, que originó aquella oleada de protestas musulmanas por entender incorrectamente las palabras del emperador Manuel Paleólogo que reproducía Benedicto XVI. Después, el discurso de Westminster Hall, en el viaje a Inglaterra de 2010, cuyo tema principal es la presencia del cristianismo en la vida pública y la necesidad de una fuente ética en el Estado y en la sociedad. Fue un discurso que me pareció brillantísimo, y así lo calificaron con unanimidad la prensa y las personalidades del mundo inglés. Y la tercera lección magistral, que algunos han calificado como la más brillante de todas, es el discurso en el Bundestag alemán, donde habla de la necesidad del Derecho Natural y de la razón en el Derecho. En los tres discursos subyace la cuestión de la razón y la naturaleza humana como fuente del Derecho, como fuente para la convivencia en la sociedad civil, y como aportación de los católicos y de la Iglesia a la vida pública.

-¿Qué percibe usted en el Papa Francisco?

-Todavía es muy pronto para hacer un juicio y un balance, pero pongo más el acento en la esperanza. La Iglesia ha tenido en los papas de los últimos siglos figuras extraordinarias y no dudo que Francisco lo será también. Obviamente, cada Papa tiene una impronta y algo que aportar a la Iglesia y al mundo. Se insiste mucho en la sencillez y la humildad de Francisco, que refleja hasta su propio nombre. Pues seguramente irá por ese camino su impronta. Más que hablar de humildad prefiero hablar de la sencillez de Francisco, que es también un instrumento de acercamiento. Ahí está la imagen de San Francisco llevando el Evangelio a los musulmanes y al sultán de Egipto, y lo hizo a través de la sencillez.

-¿Y Bergoglio en comparación con Ratzinger?

-Benedicto XVI era un hombre extraordinariamente humilde también; eso no puede ignorarse. De hecho, en el diario alemán «De Welt», cuando se dio la noticia de su renuncia, hubo un columnista que lo definió como demasiado santo, demasiado humilde, demasiado puro. Hombre, tanto como demasiado..., no sé si se puede ser demasiado en eso. Pero el cardenal Ratzinger también viajaba en autobús por Roma, al igual que el cardenal Bergoglio hacía en Buenos Aires. Eso, más que un signo de humildad es un signo de naturalidad, de sencillez, de persona normal. Esos signos son necesarios porque condensan una idea en una imagen. Detrás de cada gesto que sea natural y no forzado hay un modo de ser y unas ideas. Espero mucho de Francisco, como el mundo y la Iglesia lo esperan. Y no dudo que la elección ha sido de lo más acertada.

-¿Cómo ha sido su transición de la Iglesiona de Gijón al Cristo de las Cadenas en Oviedo?

-Es muy distinta una cosa y la otra. No puedo negar que me ha costado mucho trabajo porque fueron muchos años y muy intensos en Gijón, años que llevo en el alma y en el recuerdo. Ha sido algo parecido a un duelo, un sufrimiento que pasa uno de pronto, sin esperarlo. Pero pasado el duelo todo vuelve a su sitio. Al cabo de seis meses estoy centrándome y con mucho gusto. Ésa es la verdad.