Cinco minutos antes del inicio del concierto de la OSPA celebrado anoche en el Jovellanos el personal habitual no salía de su asombro; el patio de butacas amenazaba con llenarse. Una ojeada al programa lo distinguía como muy interesante, pero estas audiciones siempre lo son, de manera que no sabemos a qué achacar tan gratificante novedad. Un poco más de público y la fecha de ayer pudo haber sido histórica. Es de esperar que los recién llegados, que se delataron por su intento de aplaudir entre los dos primeros movimientos de la sinfonía de Dvorak, hayan disfrutado de tan brillante acontecimiento, sin duda alguna de primera magnitud. Un espectáculo con sesenta artistas perfectamente acoplados sobre las mejores partituras del mundo, es algo muy serio, rien ne va plus, señores. Y no se aplaude, no por capricho, sino para que la música siga su camino, y los maestros no pierdan su concentración.

"Una patria sin fronteras" era el título del programa, patrocinado por LA NUEVA ESPAÑA, en el que concurrían los compositores Giuseppe Verdi, Richard Wagner, Bedrich Smetana y Antonin Dvorak. Y como gran novedad la OSPA iba a estar dirigida por Virginia Martínez, que tuvo una memorable actuación. Nos gustó mucho esta chica, guapa, con estilo y enorme sensibilidad. Hubo instantes, sobre todo, en la "Sinfonía n.º 8 en sol mayor" de Dvorak, que nos dio la impresión de que la orquesta se había identificado totalmente con ella. Salió a escena vestida con un traje de noche negro, de corte sencillo. En seguida dejó constancia de su personalidad, talento y sobre todo del gran mérito de su trabajo; sin partituras, todo el programa estaba impreso en su cabeza. Dirigió con autoridad y elegancia; en ocasiones el movimiento de sus brazos sugería a los de una bailarina de ballet.

El concierto se inició con la Obertura de la ópera "Nabuco", de Verdi. Una pieza monumental, llena de contrastes dinámicos en los que se va intercalando la melodía del célebre "Va pensiero" que ha de entonar el coro en el tercer acto de la ópera, "Oh, patria mía, tan bella y perdida". "El idilio de Sigfrido" de Richard Wagner tal vez sea la obra más dulce y pacífica del alemán. Bellamente estructurada, los vientos, sobre todo el oboe, tienen una presencia fundamental en ella. Su ternura me hizo evocar aquellos tiempos de la infancia en que leía las aventuras del gran héroe de la literatura germánica. Mi generación era muy lectora, no teníamos ni televisión, así que las consolas y demás artilugios del embobamiento estaban a años luz de nosotros.

Y como el asunto iba de cantos a la patria, Smetana intentó personificar en su obra "Sarka" -una mujer que se venga de los hombres-, el dolor del pueblo bohemio sometido por Austria y Alemania, a través de una música llena de bellos contrastes. Selló el concierto Antonin Dvorak, con su "octava" deslumbrante, plena de color y romanticismo.