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Dando caña con coña

Juro que no soy misógino

Tres damas de armas tomar

Juro que no soy misógino

A doña Ana Botella de Aznar la están poniendo estos días "como no digan dueñas". A caldo. En todas partes: en su partido, la ciudadanía y los periódicos extranjeros (ojo con los alemanes), y ella está sola sin paraguas para evitar el chaparrón mediático. Su marido la colocó en la Alcaldía madrileña para que le dejase escribir sus memorias. Ya va por el segundo tomo.

Rajoy cuenta con Wert como parachoques que le libra de la oposición y de los medios informativos que le son adversos. Su colega la alcaldesa gijonuda lo tiene mejor montado. Cuenta con el edil Rubiera para entretener a la oposición y a los plumillas que escribimos en este papel.

Doña Ana fue una muy digna funcionaria y doña Carmen, una excelente cirujana. Ambas se metieron en política y no sé cuál fue el porqué.

Pudiera parecer que estoy padeciendo un ramalazo de misoginia. Pues no. Es que estoy harto de la Merkel, la Botella y la Moriyón. Así de claro.

De la alemana los reproches pueden contarse por docenas, de la madrileña, por la frustrada Olimpiada y la huelga de los basureros, y de la gijonesa, el carril bus, el Arcu Atlánticu y el despido de la secretaria municipal.

No soy misógino. ¿Alguien me ha oído hablar mal de María Callas, de Ava Gardner, de Coco Chanel, de Jacqueline Kennedy, de Agustina de Aragón, de Concepción Arenal, de Rosario Acuña, de Marie Curie? De todas las mujeres del mundo, menos la esposa de Adolfo Hitler, la de Stalin y la de ese tirano de la Guinea, adonde fue a jugar la Roja el otro día.

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