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la figura de la semana | alberto gonzález caramés | El primer gijonés que se convertirá en diácono permanente de la Iglesia católica

El policía que se subirá al púlpito

El primer seglar que hará funciones de sacerdote en San Vicente de Paúl, en El Llano, fue confitero, agente y cinturón negro de kick-boxing

Quizás una de las cosas que más llama la atención de Alberto González es el contraste entre su imagen y personalidad. Esa pose de "malote", su "perilla motera" hace que muchos de los que se le acercan puedan desconfiar. Pero nada más lejos de lo que ocurre. Dicen los que le conocen que Alberto es un persona muy cariñosa y cordial, y que esa imagen preconcebida se rompe en el mismo instante en que se habla con él. "Vive en y con el barrio. Se habla con todos y todos le hablan", comentan los allegados.

La conversación que mantuvieron Alberto González Caramés y Manuel Viego, párroco de San Vicente de Paúl, quedará siempre como secreto de confesión. Pero esas palabras marcaron hasta tal punto a Alberto, que en ese momento despertó su vocación. Se embarcó en la aventura de estudiar Teología para ser un pionero en Asturias, el primer seglar que se subirá a un púlpito tras abrir la Iglesia la puerta a hombres casados.

Nacido en Ceares en 1967, aunque la mayor parte de su vida la desarrolló en El Llano -estudió en La Escuelona y en el Jovellanos-, Alberto González vivirá a partir de ahora su mayor reto. "Siempre que alguien le ha pedido ayuda se la he prestado, así que si el Señor le llama, su implicación será mayor", señala una de las personas que mejor le conoce.

Está casado con María y es padre de dos hijas, Gabriela y Virginia, que se encuentran estudiando el bachillerato en La Laboral, la mayor en segundo y por la especialidad de Artes, y la pequeña Humanidades. Las tres son su mayor tesoro.

Quizás su mayor virtud sea que "no soporta la idea de que alguien sufra por su causa". Su cercanía contrasta también con su temperamento. "Su mal genio, que se le pasa pronto, le hace decir las cosas en un tono de voz alto y serio que le traído no poco disgustos, al ver cómo los demás pensaban que estaba enfadado", relatan desde su círculo más cercano.

En uno meses será ordenado como diácono permanente y entonces seguro que tendrá que moderar el tono de voz. Podrá celebrar bautizos, bodas y exequias, además de predicar las homilías dominicales, y bendecir a personas o cosas. En definitiva, la única excepción con respecto a los cometidos de un sacerdote es que él no podrá consagrar, confesar y administrar el sacramento de la unción de los enfermos.

Pero antes de llegar a este punto de su vida, Alberto pasó otras etapas que le marcaron. Trabajó como confitero junto a su hermano y su cuñada, aunque tenía la espinita clavada de ser Policía o Guardia Civil. Y, animado por su mujer, lo intentó y lo consiguió. Así estuvo entre 1995 y 2012, trabajando como policía nacional en Barcelona, Pamplona en Gijón. Un empleo que le exigió mucha dedicación y que le gustaba, pero que también le hizo sufrir en muchos momentos, ya que le quitó tiempo para estar junto a su familia. Pero esa etapa le sirvió para fraguar una gran amistad con muchos de sus compañeros que aún perdura. E incluso con alguna de las personas que tuvo que detener en su momento, que aún le paran por la calle para darle las gracias por el trato recibido durante la detención o a los que él para con ánimo de charlar sobre cómo les va la vida.

Una prótesis cervical provocó que tuviera que jubilarse antes de tiempo. Y le obligó también a abandonar una vida muy activa que llevaba en su tiempo libre. Porque Alberto era de los que iba al gimnasio siempre que podía, bien para entrenarse o para echar una mano. Hasta aquí llegaba también su entrega y cooperación. En el deporte siempre se superó día tras día, hasta llegar a ser cinturón negro de kick-boxing. "Ahora sigue pasándose por el gimnasio de vez en cuando, al menos para saludar. Y dice que va cambiar los guantes por la caña de pescar, pero eso habrá que verlo", relatan sus allegados.

Otra de sus aficiones es la lectura. Y en especial la relacionada con la filosofía. Le encanta leer a Platón. Hasta el punto de que fue encargando todos sus diálogos poco a poco, en una librería del barrio, hasta hacerse con casi todos para su biblioteca particular.

Para entender la decisión de Alberto de aceptar la llamada del diaconado permanente hay que tener en cuenta la decisión que tomó, junto a su mujer, hace seis años. Ambos entraron en un programa de acogimiento familiar (Familias Canguro de Cruz Roja), un proyecto gracias al cual se convierten en la familia de algún bebé por un periodo variable de tiempo -en estos años ya han tenido cuatro-. La experiencia fue muy positiva, aunque tuvo momentos delicados. El último bebé que acogieron pasó por problemas de salud, una circunstancia que a Alberto le angustió, ya que al tiempo vivía la tensión de preparar los exámenes de Teología. Por lo que hicieron un pequeño parón para que pudiera centrarse. "Le encanta estudiar, pero no examinarse", exclaman desde su entorno, que también califican a Alberto como "un dormilón" al que la falta de sueño le transforma.

Desde su regreso a Gijón Alberto González siempre ha estado muy vinculado al colegio de La Milagrosa, donde estudiaban sus hijas, siendo vocal de la AMPA (Asociación de Madres y Padres de Alumnos), donde su mujer era la presidenta. Porque en su familia tienen un sentimiento unánime de responsabilidad de mejora de la sociedad. Y aunque Alberto vivió en varias zonas de la ciudad, en todas ellas se involucró.

Su vinculación con la Iglesia se extiende a varias zonas de Gijón. La comunión la hizo en la parroquia de La Milagrosa; su boda y el bautizo de sus hijas tuvo lugar en La Sagrada Familia de Contrueces, el barrio de su mujer, y después, al mudarse a El Llano, quedaron vinculados a la parroquia de San Vicente de Paúl, donde sus hijas hicieron la comunión y donde ya ha recibido el sacramento de la Confirmación.

Si el proceso de diaconado le ha resultado estimulante, lo que le resultó duro fue el regreso a los estudios. Los exámenes los preparaba a la perfección, cuentan, pero siempre tenía dudas y la sensación de que podía llevarlos mejor. Pero al final sacó adelante los estudios. Y ahora quizás lo más difícil sea la responsabilidad de ser el pionero en una labor que le entusiasma. "Me produce muchísima ilusión y ganas, pero por otra lado me impone la responsabilidad de estar anunciando la palabra de Dios y celebrando alguno de sus sacramentos", señaló Alberto González a LA NUEVA ESPAÑA, tras conocerse que iba ser, junto al avilesino Juan Blanco, el primer diácono permanente de la región. Pero Alberto González ya ha demostrado suficientemente que no hay nada que se le ponga por delante.

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