Trabajadores encerrados en la fábrica para evitar su desmantelamiento, argumentos de inviabilidad económica por parte de la empresa, movilizaciones contra el cierre y la búsqueda de apoyos contra el fin de actividad industrial centenaria. Esquemáticamente, ese es el escenario en el que se encuentra Gijón Fabril, después de que su accionista principal haya decidido liquidar la factoría. Una historia que se repite, después de que la empresa cerrara en 1981 su horno para la fabricación de vidrio. Ahora está en el aire el futuro del taller de producción de moldes y maquinaria para la industria del vidrio, la actividad que sobrevivió de aquella quema.

La fábrica estaba por entonces en La Calzada, donde se había fundado en 1900, y se llamaba Vicasa. Cuatro quintas partes de sus 330 trabajadores vivían en el barrio, que se volcó en su apoyo. La plantilla hacía asambleas en el Ateneo de La Calzada o en la iglesia de Fátima, con su párroco al frente, quien llegó a oficiar en la fábrica cuando los trabajadores se encerraron en la misma. En que hubiera hasta misa para los encerrados algo tuvo que ver "Hevia Carriles, que era de USO y de Cristianos de Base", recuerda Francisco Sánchez Inguanzo, prejubilado y antiguo sindicalista de Gijón Fabril. El golpe de estado del 23-F pilló a los trabajadores en plena huelga y con algunos encerrados: "Le dije a los compañeros, si vienen los grises, sácanos de aquí a hostias", recuerda José Luis García Fernández, también prejubilado.

El apoyo a los trabajadores de Vicasa se plasmó en una masiva manifestación que recorrió La Calzada el 18 de febrero de 1981. Nada de aquello llevó a la entonces propietaria, Saint-Gobain, a cambiar de parecer y en abril se produjo la última hornada de vidrio en La Calzada.

La multinacional francesa alegaba entonces que seguir fabricando botellas y tarros en Gijón era inviable. Salvo para algunos buenos clientes, como El Gaitero, la mayor parte de las botellas que hacían tenían como destino bodegas y fábricas conserveras de zonas de España más próximas a otras vidrieras, tal como recuerda César Brión, quien entró a trabajar como aprendiz en la fábrica, con 14 años y durante lustros se encargó del mantenimiento del horno vidriero: "Las botellas, al ir vacías, pesaban poco pero ocupaban mucho", encareciendo el transporte, recuerda este jubilado. Sí tenían cerca los aprovisionamientos de la materia prima para el vidrio: arena de Avilés, caliza de una cantera del Alto del Ortiguero en Cabrales y sosa se la fábrica cántabra de Solvay.

El 8 de agosto de 1994, Vicasa trasladó lo que quedaba de la fábrica al Polígono de Porceyo. Fue la segunda industria en instalarse allí, tras Suzuki. Los 87.835 m2 que poseía en La Calzada, entre las calles Paraguay, Los Andes y Las Industrias, fueron recalificados para la construcción de 700 viviendas y un centro comercial. En Porceyo, Saint-Gobain levantó una nave de 3.000 m2 sobre una parcela de 10.000, en 1996 recuperó el nombre histórico de Gijón Fabril para la empresa y en 2007 la vendió a su actual propietario, un industrial catalán del sector. Saint-Gobain no vendió la nave y el solar de Porceyo, por los que Gijón Fabril paga un alquiler.

La crisis vuelve a amenazar ahora lo que queda de aquella industria centenaria, cuya historia se remonta a 1900, año en el que se levantó la fábrica en los terrenos que actualmente ocupa Carrefour, Ocimax y el aparcamiento aledaño. La fundaron dos indianos, Antonio Díaz Blanco y Antonio Quesada, que inicialmente querían producir harina. Fue su asociación con Luis y Arturo Truán -cuya familia tenía otra vidriera, La Industria, en Gijón- lo que hizo que, además de harinas, la factoría se dedicara a la producción de botellas, lunas, cerámica, fundición y forja. La empresa se llamó Gijón Industrial. El único producto rentable resultó ser la fabricación de botellas y en 1914 Gijón Industrial quebró, sus acreedores se quedaron con los bienes y constituyeron Gijón Fabril el 13 de febrero de 2015. La empresa se vendió en 1920 a un consorcio liderado por la Compañía General de Vidrieras Españolas, Cristalería Española y Juan y Cayetano Vilella en Comandita.

En 1946, una ampliación de capital dio entrada en el accionariado a Saint-Gobain. La multinacional francesa se haría con el pleno control de la factoría en 1973, cuando la empresa pasó a llamarse Vicasa (Vidrieras de Castilla S.A.).

Desde aquel momento, Gijón Fabril tuvo una historia tranquila hasta la crisis de los 80. Desde su nacimiento tuvo un cierto trato paternalista hacia sus trabajadores. Sus mandos residían en las viviendas que había en la única parte de la fábrica que actualmente se mantiene en pie; el edificio que hay por la parte de atrás del centro Ocimax, ocupado por sindicatos. Buena parte de los trabajadores de a pie vivían en las 108 casas que se conocían como el Callejón de La Calzada, que ocupaban lo que hoy es la calle Los Andes y que fue derruido en 1967, tras años deshabitado.

Entre las décadas de los 50 y 70 del siglo pasado, fue el momento de mayor auge, que llevó a la empresa a contar con cerca de 450 trabajadores. Hasta la crisis de 1981, la empresa solía buscar nuevos empleados entre hijos y sobrinos de sus trabajadores, recuerdan veteranos de la empresa, como Fernando Lorenzo Cienfuegos, en jubilación por un contrato relevo.

Aquel paternalismo se vio en las facilidades que dio la empresa a sus trabajadores cuando decidió cerrar el horno de vidrio en 1981. "La empresa nunca dejaba a nadie en la calle", explica el prejubilado José Luis García Fernández. Con el cierre del horno de vidrio, más de 200 trabajadores tuvieron que desplazarse junto a sus familias a las fábricas de Saint-Gobain en Zaragoza, Burgos, Segovia, Azuqueca de Henares (Guadalajara) y a las oficinas centrales de Madrid. La empresa les ayudó a encontrar vivienda y colegios para los hijos. Una veintena de vidrieros que no quisieron marcharse fueron indemnizados con 8 millones de pesetas cada uno. Alrededor de 120 trabajadores permanecieron en activo, en el taller de moldes. Buena parte de ellos se fueron prejubilado en los años siguientes, con 58 años. Es el mismo taller que, una vez trasladado a Porceyo, se vendió en 2007 a sus actuales propietarios.

El mayor percance que había sufrido hasta entonces la fábrica no era de índole laboral, sino la destrucción parcial de uno de los edificios de la factoría por la deflagración, en 1937, de los explosivos que allí almacenaban los republicanos, que usaron la fábrica como polvorín.