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Gijón en el retrovisor

Florencio Rodríguez fundó el Banco de Gijón antes de hundirse el "Maine"

La Unión Mercantil e Industrial, ante la guerra con Estados Unidos, propuso la fortificación de la villa para la defensa de la población

El antiguo Banco de Gijón. COLECCIÓN MANUEL DEL CASTILLO

Antes de que el Batallón de Voluntarios partiese desde Gijón para tratar de salvar lo ya insalvable, la atracción existencial de la "Cubita bella" había hecho que millares de emigrantes asturianos no dudasen en embarcase hacia ultramar, a fin de probar fortuna. Las facilidades que les ofrecía una compañía creada para atender a toda aquella mano de obra -que se iba con todas las ilusiones en la cabeza y los bolsillos vacíos- fue todo un efecto llamada para la emigración, Sin embargo, el panorama social pronto empezó a ser hostil como consecuencia de la insurrección política que iba a más, por lo que fue preciso el envío de tropas para tratar de frenar la independencia de España.

El cándido columnista de "El Comercio" -tras advertir que la inmoralidad administrativa en Cuba era similar a la que se padecía en España- no dudaba en desarrollar su tesis de que "cierto es que entre los insurrectos hay quien no busca la emancipación de Cuba por desinterés, por abnegación, por patriotismo, sino por ser pescadores en el río revuelto de las discordias civiles, por provecho propio, por miras egoístas, por lucro particular; pero, no hay que dudarlo, la semilla separatista echó hondas raíces en el corazón de muchos, y de ello debe culparse a quienes convirtieron en madrastra desnaturalizada y explotadora a la que siempre debió ser madre desinteresada y amante. Las insurrecciones de Cuba, según nuestro pobre criterio, se evitarían mejor que con pólvora y balas, con una administración honrada y bien atendida". Una y otra vez el tiempo da las mismas vueltas y nunca aprendemos del pasado para encontrar soluciones en el presente y encauzar el futuro de la unidad de España.

Florencio Rodríguez retornó con su fortuna antes de la guerra de Cuba y creó el Banco de Gijón. Uno que tuvo muy claro que en Cuba ya nada había qué hacer fue Florencio Rodríguez -Pola de Siero, 1840. Gijón, 1906- quien había hecho una gran fortuna tras iniciar con su esposa Aurelia Planell su actividad comercial en una tienda de tejidos ingleses que abrió en el número 13 de la calle de La Amargura, en el año 1858. Ni el número, ni el nombre le fueron de mal agüero. Así que cuando intuyó la pérdida de Cuba inició un retorno organizado hacia su tierra natal. Lo primero que hizo fue crear en el año de 1883 en Pola de Siero el asilo de Ancianos Desamparados, por lo que le fue concedida la Gran Cruz de Isabel la Católica.

Dos años después, en Gijón montó su nuevo hogar que fue el definitivo. Tras enviudar de Aurelia Planell -con la que había tenido un hijo- volvió a casarse años después de nuevo con una viuda de origen naviego llamada Carmen González con la que también tuvo otro hijo. Y, obviamente, siguió invirtiendo su fortuna en nuevos negocios muy rentables -como La Azucarera de Villaviciosa y la fábrica de cervezas La Estrella de Gijón, hasta que el 1 de diciembre abrió en pleno boulevard de Corrida Street la Casa de la Banca que llevaba su nombre. Cinco años después -el 20 de octubre de 1899- aquella banca familiar sería convertida en una sociedad anónima a la que pondría como nombre Banco de Gijón. Aquel primer banco privado contaba con los importantes depósitos de caudales de los empresarios asturianos en ultramar. El primer edificio que ocupó el Banco de Gijón estuvo ubicado en la calle de Gumersindo Azcárate -hoy Munuza- y que daba a las de La Merced e Instituto.

Además de banquero, Florencio Rodríguez demostró una especial sensibilidad como mecenas hacia los temas culturales y fue quien respaldó al deslumbrante artista gijonés Juan Martínez Abades -que había estudiado brillantemente en el Real Instituto de Jovellanos- financiando sus estudios de Arte y Música en Madrid.

Cuatro años después fue arriada la bandera de España en el Castillo del Morro de La Habana. El 15 de febrero de 1898, una explosión iluminó el puerto de La Habana. Aquel acorazado que los yanquis habían llevado a Cuba con efectos intimidatorios, el "Maine" saltó por los aires y se hundió. De los trescientos cincuenta y cinco tripulantes, murieron doscientos cincuenta hombres y dos oficiales. Lo que son las cosas del protocolo y la cortesía: el resto de la oficialidad disfrutaba, a esas horas, de un baile dado en su honor por las autoridades españolas, ya que existía una cordial relación entre los mandatarios de ambos bandos.

El capitán general Valeriano Weyler había puesto en marcha una fatídica política de reconcentración agrícola en reservas protegidas militarmente, lo que motivó la muerte de miles de cubanos por falta de alimentos. Muchos influyentes cubanos miraron entonces hacia Estados Unidos pensando que allí estaba su tabla de salvación. Así que todo estaba atado y bien atado para que Estados Unidos se hiciese con el control de la joya de la corona colonial española.

Una buena prueba de ello es que la prensa sensacionalista de William Randolph Hearst publicó al día siguiente que: "El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo", lo que nunca pudo ser demostrado, ya que si hubiera explosionado una bomba externa también habría peces muertos en las aguas, lo que no ocurrió. La prensa estaba entonces al lado del poder, ya que los intereses comerciales y publicitarios que estaban en juego eran muy importantes para el expansionismo imperialista que estaban llevando a cabo los yanquis aprovechándose de la debilidad del gobierno de España en la defensa de sus más importantes colonias. Y España era el enemigo ideal para convencer a los americanos de su culpabilidad y declararle oficialmente la guerra.

Debido a que estábamos en situación bélica con aquellos poderosos Estados Unidos que presidía William McKinley y, ante la posibilidad de un bloqueo naval de las costas españolas, el Círculo de la Unión Mercantil e Industrial aprobó el 28 de mayo de 1898 una propuesta de algunos de sus socios que decía "dadas las circunstancias por las que atraviesa España, con motivo de la guerra con los Estados Unidos, y e peligro a que están expuestos el comercio y la propiedad de esta población, a ser víctimas de una agresión por parte de cualquier buque norteamericano; y teniendo en cuenta la actitud del comercio de otras poblaciones del litoral, creemos conveniente el que se gestione que inmediatamente se fortifique la plaza de Gijón, poniéndola en condiciones de defensa, para garantía de sus habitantes y sus múltiples industrias y propiedades. Téngase en cuenta que un puerto de embarque de carbones, material de artillería, pólvoras de Lugones y Santa Bárbara, puede no quedar en el olvido de una infame agresión de nuestros enemigos".

Y todo ello, en aquel ambiente que describió magistralmente Manuel Tuñón de Lara como el "tingladillo político de Cánovas y Sagasta, la España quietista de los señoritos andaluces, la España ramplona de los funcionarios de mangas raídas, arbitristas y cafeteriles, la España panderetera de "El Guerra" y la marcha de Cádiz".

Así que todos empezaron a retornar a sus orígenes y a sus raíces con angustiosos lamentos en el recuerdo tras haberse arriado la bandera de España en el Castillo del Morro en La Habana.

De la unión -ahora llamada fusión- de los sones cubanos con cánticos nostálgicos y las músicas traídas por los polacos que habían venido a trabajar a las cuencas mineras surgiría, poco tiempo después, con aquellas bases armónicas migratorias, el "Asturias patria querida". Antes recurrida canción en noches sin fronteras de marejada etílica y ahora himno oficial por obra y gracia del poeta Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos, en su etapa de presidente del Principado de Asturias

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