"Estaba drogado, iba a lo mío y se me cruzó el cable, pero no quise hacer daño a nadie". Con estas palabras justificó ayer Pablo P. G. su atraco a la sucursal bancaria de La Caixa de la avenida Constitución, en el barrio de Laviada. Fue el pasado mes de marzo y retuvo a nueve personas a punta de pistola para conseguir dinero con el que adquirir las sustancias estupefacientes a las que es adicto desde hace dos décadas. Después, al hacer uso del derecho a la última palabra que le brindó el magistrado del Juzgado de lo Penal número 1, el juez Lino Rubio, reconoció que "había metido la pata".

Pablo P. G., de 46 años y con antecedentes, abandonó la enfermería de la cárcel donde lleva recluido desde los hechos para declarar ante el juez. Lo hizo tranquilo, con pocas palabras e intentando dejar clara su drogadicción desde el principio. También su enfermedad mental, diagnosticada en 1994. De ahí que desvelase ante el magistrado que en ocasiones "escucho voces y veo visiones". Confirmó sus antecedentes por otros atracos en Gijón, delito por el que le conmutaron la pena a cambio de libertad vigilada que comenzó en enero de 2016. "Llevaba un año y dos meses fuera de la cárcel, tomando metadona", confesó el reo además de enumerar que padece "hepatitis, cirrosis y diabetes". Pero su adicción le llevó nuevamente a una conducta delictiva para costearse la heroína.

La vista oral para esclarecer la responsabilidad de Pablo P. G. en el atraco que tuvo en vilo durante cuarenta minutos al barrio de Laviada contó con el testimonio de los empleados de la entidad bancaria que sufrieron el asaslto al mediodía del pasado 7 de marzo. Todos los trabajadores que declararon ayer acertaron al señalar al acusado como el hombre que había entrado en la oficina, pistola en mano y al grito de "esto es un atraco", el día de los hechos. También coincidieron al describir que llevaba un gorro y una braga en el cuello que no impedían reconocerle la cara y que sí estaba con plena consciencia de lo que estaba haciendo. En cambio, a la hora de valorar su actitud hubo diferentes versiones. Mientras que para unos tenía todo medido y actuaba con agresividad, para otros no daba muestras de ser un atracador experto. "Parecía torpe, poco profesional y con movimientos vagos; lo hacía con poca determinación", definió el empleado que el día del atraco se encontraba en la caja de atención al público. Fue precisamente a él al primero que se dirigió Pablo P. G. para pedirle el dinero. Logró un botín de casi 6.000 euros. No contento, les exigió que le llevasen al búnker para abrir la caja fuerte de la sucursal bajo la amenaza de "pegarnos un tiro". "Intentó cogerme de las piernas para sacarnos de debajo de la mesa donde nos habíamos escondido", relató una de las trabajadoras. Lo hizo "apuntándonos con la pistola y amenazándonos", recordó la misma testigo.

La misma actitud de amenaza y con el arma apuntando a la persona -luego se sabría que no podía ser disparada- la percibieron los policías que mediaron en el conflicto. "Estaba con el mono", reconoció uno de los agentes que medió en la negociación. De ahí que optaran por simular la entrega de cocaína y heroína, cinco gramos de cada sustancia, para poder reducirle y liberar a los rehenes.