La familia jesuita gijonesa perdió ayer a uno de sus miembros más reconocidos. El padre Gumersindo Treceño Llorente falleció en la mañana de ayer en Salamanca a los 104 años de edad, 71 de los cuales los pasó al servicio del colegio de la Inmaculada de Gijón.

Treceño llevaba casi dos años viviendo en la residencia de la Compañía de Jesús en Salamanca, donde había sido destinado en noviembre de 2015. Fue entonces cuando abandonó, tras más de siete décadas, el colegio de la Inmaculada. En el centro educativo, Treceño fue profesor de Francés, la materia que siempre impartió, y de Apologética (Religión). Además, desempeñó los cargos de inspector de los estudiantes internos, encargado de los asuntos prácticos de la comunidad de jesuitas -lo que internamente se denomina "padre ministro"- y consiliario de la Asociación de Antiguos Alumnos, cargo que siguió ostentando, de manera honorífica, una vez abandonó el centro gijonés.

Gumersindo Treceño nació el 2 de enero de 1913, en la localidad leonesa de Mansilla Mayor, "de donde salieron media docena de jesuitas; el más célebre, Segundo Llorente, mi primo, misionero en Alaska", contó en alguna ocasión a este medio. Era miembro de una familia de labradores formada por 8 hijos (5 varones y 3 mujeres).

Ingresó en 1925 en el Colegio de los jesuitas de Carrión de los Condes (Palencia) y, cuatro años más tarde, en 1929, dio el paso a la Compañía de Jesús, en el noviciado de Salamanca. En el año 1932, durante la II República, al ser disuelta la orden jesuítica, viajó junto a tres centenares de jesuitas rumbo a Bélgica, acompañado de varios asturianos. Allí estudió Humanidades y Filosofía para volver a España el 10 de octubre de 1932.

Una vez en España pasa por Pamplona, Valladolid y Carrión de los Condes, donde es destinado a Cuba. Sin embargo, al no encontrar un barco de confianza para realizar el trayecto, acaba en Vigo. Tras tres años, estudia Teología en Oña (Burgos) y es ordenado sacerdote en 1942.

Dos años más tarde, en 1944, llega a Gijón, al colegio de la Inmaculada -en un edificio del cuartel de Simancas derruido- donde se hace cargo de los internos de sexto y séptimo curso. Entre esa fecha y 2015, cuando fue trasladado a Salamanca -"un destino que no me va, es para vigilarte más", bromeaba a este medio, con 102 años, antes de irse-, únicamente abandonó el centro entre los años 1955 y 1960, etapa en la que estuvo destinado en Vigo.

En el año 2013, al cumplir cien años de vida, aseguró a LA NUEVA ESPAÑA que "ya tengo el centenario encima y, aunque no es normal llegar a estas alturas de edad, aquí seguiré, pero sin ponerle freno a la providencia de Dios". Fue entonces cuando se le impuso la insignia de oro con el escudo del colegio de la Inmaculada.

Por sus manos pasaron innumerables generaciones de estudiantes, que descubrieron en él a un hombre afable, aunque serio y adusto en clase. "Duro no era. Tampoco ponía muchos suspensos. El suspenso amarga", reconocía en su despedida del colegio. Treceño también colaboró para intensificar la actividad deportiva del centro. Gracias a su gran labor, incansable, siempre volcado con el colegio durante las más de siete décadas en las que estuvo ligado, de una u otra forma, a él, multitud de antiguos alumnos guardan un grato recuerdo de su figura.

Treceño, con sus 104 años, era el decano de la Compañía de Jesús en España, en la que pasó 88 años de su vida, 75 de ellos como sacerdote. La misa exequial por su eterno descanso será a las 11.00 horas de hoy en la capilla de San Estanislao de la comunidad jesuítica de Salamanca.