Es uno de esos actores a los que el tiempo ni siquiera araña. A sus 88 años sigue manteniendo la apostura del galán en plena forma, alguien al que jamás se le arruga el esmoquin. En Francia, Inglaterra o Italia, donde adoran a la gente de la farándula, le habrían puesto ya la peana de gloria nacional. Aquí, como es abiertamente de derechas y huye de las subvenciones, se le tiene más bien por un tipo gracioso y con mucho oficio. Arturo Fernández, gijonés de la Puerta la Villa, entró ayer como un palmito en la Escuela Superior de Arte Dramático de Asturias (ESAD) y casi sale a hombros de la muchachada estudiantil. Nadie -tampoco el profesorado- se perdió una sola de sus palabras en la sala Alejandro Casona.

El maestro (pronunció la lección inaugural del curso 2017-18) estuvo cercano, confesional, didáctico, sin asomo de las ínfulas que se dan otros con menos currículum. Son más de seis décadas en los escenarios, en lo más alto, y es la suya la compañía más longeva de la historia del teatro español. "Tenemos la más maravillosa de las profesiones: ser aplaudidos por hacer lo que se ama, vivir otras vidas", dijo.

Arturo Fernández, que fue presentado por la directora de Universidades del Principado, Cristina Valdés, así como por el director y la secretaria de la ESAD, Joaquín Amores y Begoña Martínez, respectivamente, sólo se permitió una broma al principio de su lección: "Chatinos". Después tomó el atuendo del "viejo actor" y la distancia que procura la tercera persona para contemplarse, apenas veinteañero, llegando en tren a aquel Madrid aún pobretón de la larga posguerra: "Con una maleta en la que sólo pesaban los sueños". Trescientas pesetas, dos trajes gastados y una gabardina relavada. Así comenzó una de las carreras más dilatadas de la escena española. Bueno, así y de meritorio aquí y allá. Hasta su primer papel con frase: "La dije como si la vida me fuera en ello".

"Aprendí a aprender", subrayó el actor. Recordó a los estudiantes de la ESAD su "privilegio" al poder formarse para que su maleta de sueños vaya forrada, además, de conocimientos. "¿Mi escuela? Ir una y otra vez a las lecturas para actores. Me decían: 'Chaval, tienes buena planta, pero un acento asturiano imposible' ". Y más: "¿Mi escuela? Ir al Café Gijón, escuchar; los ensayos en el María Guerrero con Modesto Higueras". Arturo Fernández se fijaba en los grandes del momento: Antonio Vico, Rafael Rivelles, Conchita Montes... "Luis Escobar me rechazó al principio, pero después me dio mi primer protagonista y me vendió el decorado de mi primera compañía", recordó. Y llegaron las oportunidades, incluida la de hacer "Dulce pájaro de juventud". Rememoró su visita a la casa de Enrique Diosdado y Amelia de la Torre. Su ingreso en el cine, con Julio Coll. Películas como "Distrito quinto" o la minera "Jandro".

"Lo que yo quería del cine era un nombre que me permitiera seguir con mi vocación: el teatro", señaló. Después vinieron la televisión y las series, internet y la crisis. "El teatro se resintió, pero ha renacido siempre como un ave fénix porque supone un momento único que se alimenta de pasión; no es una profesión, es una vocación y amante exigente", señaló a los futuros actores. Arturo Fernández habló de "principios" y dejó claro a los estudiantes la dificultad de su empeño: "Éste no es un camino de rosas, ni siquiera cuando triunfas".

Avisó de los peligros de los éxitos fulgurantes y de dos poderosos enemigos: "La soberbia y la vanidad". "Hay que estar preparados para la invisibilidad; aquí nunca se termina de llegar". Y una petición: "Huid del sectarismo; el arte no tiene ideología, aunque el actor sí pueda tenerla".