"Una historia de diamantes y sangre", así describe Lucas Castillo, madrileño de 1953 afincado en Gijón desde hace seis años, una de las tramas de su segunda novela "Las lágrimas de Abraham". Una narración que transcurre fundamentalmente en Estambul, pero también en Florencia y Madrid, y en la que su autor se interna en algunos aspectos de las tres grandes religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, o sea, las tres religiones abrahánicas.
"Un día, de visita en casa de mi hermana, me trajo unas piezas numeradas de una entidad bancaria, que eran de nuestro tío Manolo; el asesinado en la novela tiene esas piezas de bronce", cuenta Lucas Castillo. El escritor tiene previsto presentar hoy esta narración en La Buena Letra, a partir de las ocho de la noche, acompañado por la periodista Ana L. Martín.
"Pese a que en esta obra hay un protagonista claro, también es una novela coral, con personajes bien dibujados que aportan las diferencias culturales y religiosas de Turquía y diversas actitudes al afrontar la vida, desde la ética o la falta de ella", escribe Cristina Buhigas en el prólogo de "Las lágrimas de Abraham". Y su autor habla de un sueño, atravesado por aquellas piezas de bronce, que fue también la "revelación" de esta historia de doscientas cincuenta ágiles páginas.
Lucas Castillo publicó su primer libro en 2014. Lo tituló "El halcón no bebe alcohol". Contaba en ese volumen, mediante el recurso de un viaje fantástico de una pareja de halcones peregrinos, su deslumbramiento por Asturias. El narrador, una persona enamorada de la pintura o del ciclismo ("me identifico con el Renacimiento; me gusta todo", afirma), llegó a Gijón en 2012 después de comprar una casa en Pravia. Traía en sus entretelas la dolorosa vivencia del fallecimiento de su hijo, una experiencia que transformó su vida y su percepción de la vida: "Vendí la casa que tenía en el barrio de Argüelles, en Madrid, y nos vinimos aquí; la verdad es que en Asturias me han abierto las puertas desde el primer día".
Escritor tardío, ha hecho de la literatura (y de sus otras aficiones) una "satisfacción" que le permite descubrir una vocación que ha perseguido con los años y el ejercicio de la escritura: "Dar rienda suelta a la imaginación, crear personajes y moverlos". Y deja clara su actitud: "No entiendo a la gente que espera para disfrutar la vida".
