Asturias es una de las comunidades con más alta tasa de suicidios, y muchas personas permanecen ingresadas en los hospitales de la región a raíz de un intento de acabar con su vida en plantas no psiquiátricas sino médicas, para recibir tratamientos médicos y quirúrgicos secundarios a ese intento de suicidio. Este perfil de la población asturiana es el que ha llamado la atención de las psiquiatras Sherezade Bestene y Aida González, que ayer defendieron su trabajo fin de residencia en el Hospital de Cabueñes titulado "Características sociodemográficas y psicopatológicas de pacientes con intentos de suicido médicamente graves".

"Queríamos ver si podíamos encontrar factores precipitantes, porque hay muy pocos estudios realizados en España sobre este grupo de población, el de las personas que intentan un suicidio sin ser capaces de consumarlo", explicaba ayer Bestene. El perfil que se han encontrado es el de "varones de una media de edad entre 40 y 50 años aproximadamente, que están solteros, viudos o separados, que viven con la familia de origen, que no profesan ninguna religión, con unos ingresos medios entre 500 y 1.500 euros y, lo más importante, que tienen un antecedente de enfermedad mental. La gran mayoría, el 80 por ciento, tuvieron más de dos intentos previos de suicidio", resumen las psiquiatras, que llaman la atención sobre la necesidad de tener en cuenta este perfil de pacientes "para hacer un seguimiento mayor de su situación y una mayor evaluación más completa, para evitar que pasen a otro estadio peor".

Como ellas, la psicóloga Mónica Álvarez defendió en su trabajo la necesidad de prestar más atención a las víctimas de abusos en la infancia como potenciales desencadenantes de trastornos en la conducta alimentaria, porque "la gente que ha sufrido traumas físicos o sexuales luego tiene psicopatología mayor, mayor probabilidad de tener un intento de suicidio o incluso una mayor distorsión de la imagen corporal. Y en la actualidad "las pacientes reflejan la necesidad de atender a sus traumas emocionales y al impacto emocional que tienen los abusos sexuales y físicos porque para ellas, más que impactante que una violación es el hecho de no sentirse escuchadas o apoyadas". Por eso "también es competencia de los servicios de Salud Mental atender las necesidades emocionales de los pacientes que han sufrido traumas en consulta, con un tratamiento terapéutico, para que eso no desemboque en mayores consecuencias futuras", sostiene la experta.

Como ellas, un total de diecisiete residentes celebraron ayer el final de una etapa tras haber pasado los últimos cuatro años de sus vidas dedicados a la especialización. Cabueñes festejó a lo largo de la mañana la despedida de los residentes de enfermería psiquiátrica, psiquiatría y psicología clínica con una presentación de sus trabajos fin de residencia y la entrega de premios a los mejores. Hubo trabajos dedicados a múltiples cuestiones, desde las actitudes sexistas en usuarias y usuarios adolescentes en salud mental, los efectos de las terapias integradas sobre la capacidad cognitiva de los pacientes, la dieta de quienes tienen un trastorno mental severo o la evaluación económica del uso de antisicóticos de larga duración de tercera generación. Al final, los trabajos ganadores, que se llevaron su premio correspondiente, fueron los titulados "Efectividad de un programa integral y comunitario en personas con esquizofrenia grave", de Danny Francisco Frías; "Actitudes de los profesionales sanitarios de atención primaria y salud mental hacia personas con problemas mentales", de Laura Díaz, Bárbara Pacheco y Sara Castro, y "Experiencia de un grupo de apoyo mutuo para escuchadores de voces con diagnóstico de psicosis", de Marina Lagarón.

Se trata, este último, de un grupo de pacientes a los que "les da pavor hablar de lo que les pasa", de tal manera que "de 20 sujetos de estudio sólo participaron siete al final; muchos de ellos aún estando diagnosticados negaban su patología", destacó la autora de un trabajo calificado por los expertos como "muy valiente".