Kabul / Moscú / Oviedo

Estados Unidos continuó ayer, por segundo día consecutivo, su ofensiva contra los talibanes afganos en la provincia sureña de Helmand. Fuentes militares del Pentágono informaron de la muerte de un marine norteamericano y doce integristas islámicos en la segunda jornada de la «operación Janjar».

La ofensiva, que pone en marcha la nueva estrategia del presidente Obama para el país asiático, sigue encontrando escasa resistencia y cuenta desde ayer con el respaldo explícito de Rusia, que, en vísperas de la visita de Obama a Moscú, los próximos lunes y martes, ha abierto su territorio al tránsito de hombres y armas letales con destino a Afganistán.

Los 4.000 marines que desde el jueves luchan en la extensa provincia de Helmand, limitánea con Pakistán, están reforzados por 450 soldados afganos y por el contingente de 9.000 británicos que nominalmente tienen el control de un territorio dominado por los talibanes. Los rebeldes producen en Helmand dos tercios del opio afgano y financian con su venta sus actividades guerrilleras.

Precisamente, al amparo de la ofensiva lanzada por EE UU, las tropas británicas tomaron ayer el control de varios puentes importantes en el valle del río Helmand. La toma de los puentes «permitirá a los soldados británicos impedir los movimientos de los insurgentes entre las dos principales ciudades de Helmand, Gereshk y Lashkar Gah, y en última instancia mejorará la seguridad y la libertad de movimientos de la población local», indicó el Ejército británico en un comunicado.

En la jornada de ayer se produjeron choques dispersos mientras los marines se expandían por las poblaciones del valle del Helmand, una media luna de campos de amapolas de opio y trigo atravesada por canales. La mayor parte de los combates tuvieron lugar en los alrededores del distrito de Garmsir, donde, según un portavoz de las fuerzas internacionales en Afganistán, hubo un enfrentamiento entre los marines y los insurgentes.

A corto plazo, la ofensiva de EE UU busca, además de liquidar la fuente principal de ingresos de los talibanes, proporcionar seguridad para las elecciones presidenciales del próximo 20 de agosto, en un momento en el que la violencia se encuentra en el nivel más alto desde que los talibanes fueron derrocados al comienzo de la guerra, en diciembre de 2001.

Ante la presión de los marines, los guerrilleros talibanes han optado por replegarse hacia las zonas más montañosas, desde donde se espera que en los próximos días lancen sus ataques por sorpresa contra EE UU. El Pentágono cuenta con ello y espera un recrudecimiento de la violencia a lo largo de la próxima semana y un crecimiento de su número de bajas mortales.

Los estrategas de Washington, que siguen el modelo que les permitió invertir el curso de la guerra en Irak a partir de 2007, desean este tipo de movimiento de los talibanes, ya que su propósito es alejarlos de las ciudades y tomar el control efectivo de los núcleos urbanos de un país que, en la práctica, no han dominado nunca. A partir de ahí esperan ir convirtiendo a los rebeldes islámicos en un fenómeno residual de carácter terrorista.

En previsión de que los talibanes afganos puedan intentar, como, de hecho, ya están haciendo algunos, replegarse al cinturón tribal paquistaní, situado en la línea de frontera y sede de sus cuarteles generales, el Ejército paquistaní está presionando a los rebeldes tanto en Baluchistán -fronterizo con el sur de Helmand- como en la Provincia de la Frontera del Noroeste (NWFP), que limita con el cinturón tribal. Recientemente los soldados de Islamabad han expulsado de sus principales feudos en la NWFP a los talibanes paquistaníes, que han huido hacia sus refugios de montaña, donde previsiblemente unirán sus fuerzas con los afganos.