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"Control, control..."

Las patrullas armadas en el aeropuerto contrastaban el pasado fin de semana con la alegría de los alrededores de Le Carillon

Los bomberos atienden a un herido en las cercanías del Bataclan. REUTERS

La conexión de Vueling con París desde Asturias permite pasar un fin de semana en la capital francesa saliendo el viernes y volviendo el domingo por la tarde. Y por eso, como tantos otros asturianos, Alicia y yo, con la inestimable colaboración de los abuelos, decidimos darnos un merecido homenaje el pasado fin de semana y hacer una escapada después de un año concentrados en la crianza.

Una de las cosas que llaman la atención al aterrizar en la terminal 3 del Charles de Gaulle es la ostensible presencia de soldados patrullando armados con metralletas. Pero esa sensación inicial de inseguridad, que paradójicamente produce la presencia de las personas encargadas de protegernos, se disipa al llegar a la capital parisina, donde uno se encuentra con un entorno alegre, amable y aparentemente tranquilo.

No obstante ya en el viaje en taxi al centro de la ciudad, se aprecian las diferencias extremas entre centro y periferia. El viaje transcurre, al principio, por parajes degradados, sin luz, en los que la pobreza y la marginación se aprecian en las caras.

Tras buscar ofertas durante semanas, encontramos una opción muy razonable en un hotel boutique junto a la plaza de la República, al que llegamos cerca de las 7 de la tarde y en el que, tras dejar los trastos, nos recomendaron para cenar un restaurante apañado de precio y "simpático", como lo definió el recepcionista en un castellano más que aceptable. Aunque sólo estaba a dos calles, nos llevó unos minutos encontrarlo, y en nuestra búsqueda cruzamos dos veces el Boulevard Voltaire. Probablemente hayamos pasado por delante del Bataclan.

El sábado, tras un día de turisteo convencional -Notre Dame, torre Eiffel, Barrio Latino, Saint Germain, Le Marais... decidimos seguir la guía turística y acercarnos hasta la zona del Canal Saint-Martin para conocer alguno de los locales recomendados, aunque no recuerdo que entre ellos estuviera Le Carillon. Para ello cogimos el metro y nos bajamos al lado de nuestro hotel, en la plaza de la República, donde nos encontramos con la noche parisina en todo su esplendor.

En el entorno afectado por los tiroteos, en donde estuvimos sólo hace una semana, existen decenas de restaurantes y locales que concentran gran parte del ocio nocturno de la ciudad. Le Carillon y el Bataclan, a pesar de encontrarse en distritos diferentes, se encuentran a tan sólo quince minutos de distancia, en pleno centro de la capital parisina y a poco más de un cuarto de hora del Centro Pompidou.

La zona afectada es frecuentada tanto por parisinos. Son calles limítrofes con el alto Marais, uno de los barrios de moda más exclusivos de la orilla derecha del Sena que todo turista que se precie debe visitar, y en el caso de Le Carillon, en el Canal Saint-Martin, una de las zonas de movida emergente que aparece recomendada en todas las guías y que congrega a parte de los hipsters locales.

Al volver el domingo, el conductor del autobús que nos conducía a la terminal tuvo un pequeño altercado con el vigilante de la barrera que daba acceso al aeropuerto: no llevaba impreso el permiso para acceder al aeropuerto y pretendía pasar mostrándolo en su tableta. Después de unos minutos de tensión, el vigilante lo dejó pasar no sin antes reprocharle que por mucha tecnología de la que dispusiera, una firma es una firma, y debe mostrarse impresa en un papel para pasar el control.

Tras franquear la barrera, el conductor nos comentó que cada vez le hacían más difícil su trabajo y moviendo la cabeza hacia un lado y a otro repetía como un mantra "control, control, control..." mientras nosotros ya estábamos fantaseando con la posibilidad de repetir una visita que nos supo a poco.

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