Día agridulce para la canciller Merkel. Algo más de 60 millones de alemanes están llamados hoy a las urnas para participar en unas legislativas que, salvo sorpresa, otorgarán a la líder democristiana un histórico cuarto mandato con el que tendrá a su alcance igualar los 16 años que hicieron de su mentor, Helmut Kohl (1982-1998), el jefe de Gobierno más duradero de la RFA desde su fundación en 1949. Sin embargo, las legislativas de hoy también marcarán otro hito: el ingreso en el Parlamento, por primera vez en la historia de la RFA, de la ultraderecha representada por Alternativa para Alemania (AfD).

Según los últimos sondeos, la CDU de Merkel ganará los comicios con un respaldo del 34% al 36%, lo que la obligará a buscar socios de Gobierno. Segundos serían los socialdemócratas del SPD (21%-25%, hundidos en mínimos absolutos), seguidos de la AfD (10%-13%), La Izquierda (10%-11%), los liberales del FPD (7%-10%) y Los Verdes (7%-8%). De confirmarse estos augurios, el próximo Ejecutivo saldría de una repetición de la gran coalición (CDU-SPD) o de una más compleja alianza de Merkel con liberales y verdes.

La inmigración, el ascenso de los ultras y, en menor grado, las amenazas turcas han constituido los ejes de una campaña, sobrevolada por la amenaza de ciberataques rusos, que ha visto cómo se disipaba día a día el "efecto Martin Schulz". Schulz, candidato socialdemócrata y expresidente de la Eurocámara, saltó a la arena a principios de año y permitió al SPD pisarle los talones a la CDU de Merkel. Después se ha ido desinflando a medida que los suyos perdían una tras otra las tres elecciones regionales disputadas estos últimos meses. Sus flojas prestaciones en el debate televisivo del pasado día 3 confirmaron su evanescencia ante una Merkel que ha resistido la pérdida de popularidad causada por su decisión de 2015 de abrir la puerta a la avalancha de refugiados alimentada por la guerra civil siria y canalizada por Turquía.

Con una economía a la que las cifras macroeconómicas otorgan una buena salud pese a algunos graves problemas estructurales, Schulz ha tenido serias dificultades para convencer al electorado de que el SPD, socio menor del Gobierno desde 2013, tiene propuestas que inviten a preferirle a Merkel o a opciones más radicales de derecha o izquierda. Con el PIB creciendo por séptimo año consecutivo y el paro por debajo del 6%, la economía sólo representa un problema para el 15% de la población, en riesgo de exclusión social, o para los habitantes de la antigua Alemania comunista (RDA), donde los salarios son un 18% más bajos que la media, el paro sube al 8,5% y la AfD obtiene sus mejores resultados.

Alemania tiene nubarrones económicos como la previsible pérdida de pujanza de su sector automovilístico (800.000 empleos y primer rubro exportador), la consolidación del subempleo, el envejecimiento de su población o el retraso en adaptarse a la revolución digital. Pero todas esas amenazas se dibujan en un horizonte que a numerosos votantes les resulta mucho más difuso que los 1,3 millones de demandantes de asilo llegados entre 2015 y 2016 a un país que, en los años previos, ya había recibido a un millón de inmigrantes procedentes de países comunitarios golpeados con dureza por la crisis. El extranjero, tanto el que deambula por las calles como el habitante de supuestos países parásitos que se nutren de la riqueza germana gracias a la UE, se ha convertido en la preocupación dominante de parte del electorado de un país en el que el 22,5% de la población es foránea en primera o segunda generación. Y ahí es donde entran en juego la amenaza turca y la AfD, azote de la permisividad de Merkel con los refugiados.

Decir Turquía es decir que tres millones de turcos o hijos de turcos viven en Alemania. De ellos, unos 720.000 tienen derecho a voto y más de la mitad suelen ser fieles a los socialdemócratas. Pero sobre todo es decir Erdogan y recordar que, en su deriva autoritaria, el presidente de Turquía ha encontrado en la UE y en Alemania un enemigo retórico en el que arroparse mientras cercena las libertades en su país. Erdogan, cuya brutal represión del fallido golpe de Estado de 2016 ha sido criticada con dureza por Merkel, tiene llave maestra en las oleadas de refugiados y la blande con energía a medida que ve acercarse el momento en el que la UE le diga que las negociaciones de entrada en el club comunitario quedan suspendidas.

La presión migratoria se ha desplazado en el último año hacia Italia, pero las amenazas turcas sirven de catalizador a un fenómeno más amplio, el miedo islámico, alentado por el yihadismo terrorista. En ese miedo, y en el repliegue nacionalista que la crisis económica ha propiciado en Occidente, ha encontrado la AfD su mayor caladero de votos. Sus avispados dirigentes, que en 2013 se quedaron a las puertas del Parlamento con un discurso eurófobo, han sabido subirse a la nueva ola de islamofobia y, por primera vez, han generado una transversalidad ultraderechista que, al dejar en sombras su semilla neonazi, les ha llevado a 13 de los 16 parlamentos regionales. Si las encuestas no fallan y la AfD es la tercera fuerza, privilegio que pueden arrebatarle verdes y liberales, tendrá a su alcance el puesto de primer partido de la oposición y encabezará las réplicas parlamentarias al Gobierno.

Para ello, no obstante, habría de reeditarse la gran coalición con el SPD. Descontada la victoria de Merkel, las posibilidades de alianza que las urnas dejen a la canciller son la mayor incógnita de las legislativas de hoy. Una incógnita de la que, entre otros asuntos, dependerá el rumbo que tome la UE para adaptarse a la salida de Reino Unido.