La UE desplazó ayer a Londres a su negociador para el "Brexit", Michel Barnier, para apretarle un poco más las tuercas a la debilitada primera ministra británica, la conservadora Theresa May. Barnier exigió a su homólogo británico, David Davis, que hable con "claridad" y diga ya cuál es el tipo de relación que su Gobierno quiere mantener con el bloque comunitario cuando, en marzo de 2019, se consume el divorcio.

El Ejecutivo de May descarta una unión aduanera, como la que la UE tiene con Noruega, porque le obligaría a aceptar la libre circulación de trabajadores y le impediría controlar la inmigración, uno de los emblemas del "Brexit". A este respecto, Barnier fue terminante: "Lo único que puedo decir es que, sin una unión aduanera y fuera del mercado único, es inevitable que haya barreras al comercio, a los bienes y a los servicios". El corolario contra la ambigüedad era evidente: "Ha llegado el momento de tomar una decisión".

Y eso es lo más difícil para May, sobre quien pende la amenaza de un golpe de mano en su propio partido, donde cohabitan los partidarios del llamado "Brexit" blando -con tratado de librecambio- y el "Brexit" duro, carente de acuerdos especiales.

Reino Unido y la UE deben pactar antes del Consejo Europeo del 13 de marzo los términos del llamado proceso de transición, que irá desde marzo de 2019 a finales de 2020. Un total de 21 meses -ofrece la UE; May quería dos años- para ajustar los engranajes de Reino Unido a la nueva situación. En ese tiempo, Londres ya no tendría voz pero estaría obligada a aplicar toda la legislación comunitaria, incluida la que se apruebe ya sin su participación. Bruselas y Londres no acaban de ponerse de acuerdo, además, sobre el estatuto que tendrán los comunitarios que se instalen en Reino Unido durante esos meses de transición.

Davis apuntó, por su parte, que Reino Unido aspira a un acuerdo de libre comercio y a otro relativo a fronteras para reducir lo máximo posible las fricciones. También ha reivindicado el derecho de Londres a negociar por libre otros pactos con países de todo el mundo. Sin embargo, Reino Unido tendrá dificultades para conseguir que Bruselas digiera estas peticiones. En opinión de la UE, libre comercio y libre circulación son indisociables. De igual modo, la unión aduanera impediría negociar acuerdos al margen de la UE, ya que Londres debería aplicar a los bienes procedentes de terceros países los mismos aranceles que el resto de la Unión. Lo contrario le convertiría en una puerta falsa.