A todos nos han contado cuentos cuando éramos niños, con esos misterios y fantasías nos dormíamos, soñando con palacios, princesas o príncipes, brujas y países remotos. Y, aún de mayores, siguen contándonos cuentos e historias y, como si fuéramos niños, seguimos creyéndolos al pie de la letra. Un rostro afable, una voz profunda y amable, tono conciliador y gestos delicados son los ingredientes que se necesitan para convencer al más estoico y encantar hasta a las serpientes. Así lo ha hecho el lunes pasado el zalamero (perdón he querido decir..., ya lo saben) cuando ha comparecido ante la prensa (?) en «59 segundos». Lo ha hecho, y ninguno de los allí presentes ha puesto en solfa sus palabras, como si, efectivamente, todos hubieran quedado encantados, embrujados, hipnotizados..., apijotados, vamos.

Cierto es que, por la evidente construcción del programa, todo estaba pactado: las preguntas, los tiempos, los silencios. Como introducción, la presentadora interrogó al Presidente sobre los temas más candentes y preocupantes para la ciudadanía. No ha dejado ni uno solo: la crisis económica, el matriarcado gubernamental, el secuestro del pesquero, la emigración... Y, tras haber contestado a «casi todo» (porque, como siempre, contestan a lo que les place), y todo encauzado, las esperadas preguntas de los periodistas, dos por cabeza, fueron cual pétalos de rosa arrojados sobre la laureada cabeza de un vencedor olímpico. Así se sintió el «Boss». Después de esto, pienso que empiezo a entender un poco esto de la política y los políticos, porque, tras la entrevista del lunes anterior a la señora Aguirre, había previsto que alguien del Partido Socialista acudiría a pescar públicamente porque, como dice el refrán, «a río revuelto...». Y así fue, pero lo que yo no había previsto era que fuese el propio presidente quien acudiese a coger los peces. Pobre de mí, no me percaté de hasta qué punto la vanidad, disfrazada en ocasiones de humilde talante, corona los actos de los políticos. Los periodistas, yo diría que mamporreros, allí presentes, rendidos ante la evidencia, ni gurgutaron a las autocomplacientes contestaciones del Jefe. Y este humilde escribidor, instigado por Duke (que no se traga una), se pregunta y les pregunta a todos ustedes:

¿Ha estallado una crisis económica?, ¿acaso se trata de una recesión? o realmente, como dicen en el Gobierno, ¿sólo es una desaceleración? Mas allá de la retórica y de la simple conjetura, lo que se respira en la calle en un «acojone del copón», pregúntenlo al constructor o al que tiene una tienda o un concesionario de coches y seguro que les dirán lo que a mí me han dicho: «Es como si hubieran dado al interruptor, esto se ha apagado por completo». ¿Se puede solventar, o paliar como dice el Presidente, este acojone con el superávit y los fondos de la Seguridad Social?. ¿No son éstos intocables? ¿No está a punto de agotarse aquél? Realmente, si es que los precios van a bajar ya, como afirma, ¿por qué no cifra la fecha? ¿De verdad somos la octava economía del mundo? Si es así, en Europa deben de ser poco menos que imbéciles para seguir aportándonos dinero a espuertas, los italianos estarán mosqueadísimos y los franceses empezando a mosquearse, porque ya hemos superado el PIB de los primeros y vamos a por el de los segundos. Y además, como somos tan panchos y generosos, si hemos de subvencionar a los emigrantes que vayan a quedarse en paro, o ya lo estén, para que se instalen en sus respectivos países, ¿qué tendremos que hacer con nuestros compatriotas o con las empresas que den en suspensión de pagos o quiebra? Y como estas preguntas tengo decenas, pero lo que no tengo es espacio. Sí, una última: ¿tan satisfechos han quedado los periodistas que no les ha entrado ni la menor duda?

Duke y yo pensamos que, al fin y al cabo, ZP administra su victoria como más le conviene y su conveniencia es que España sea una casita de caramelo o, cuanto menos, lo parezca. Su suerte será la nuestra Señor.

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