Es usted un mal pensado por naturaleza. ¿En qué cabeza humana cabe que yo voy a soltarle un «corte de manga» así por las buenas y como no quiere la cosa? Pues no y por eso salgo al paso nada más iniciar esta misiva, no sea cosa que abandone no solo de leer mi artículo, sino, por cabreo, azote hasta el periódico a la papelera. Pues que no y punto. Yo me refiero a la manga de su camisa, por ejemplo, que suele ser la prenda que llevamos más pegada al brazo, efectivamente, con algunas excepciones que entonces? Como siempre, veamos.

Salvo el famoso y viejísimo cuento, en el que el «hombre feliz no llevaba camisa», lo común es que prolifere el uso de tal prenda, sobre todo en el hombre, que, como antes quería ya apuntarles a ustedes, es de un tejido suave que va entre la piel -o pelo, porque algunos?- y la posible chaqueta igualmente de uso frecuente y normal. Sí, claro que hay particularidades. Por ejemplo y si es por el verano, nuestras camisas suelen ser de manga corta, con lo cual el brazo, del codo a la muñeca, iría al descubierto y, con la repetida chaqueta puesta, nunca aparecería el puño -o puñeta, según se mire- asomando. Hay camisa con manga extra larga y con puños doblados apropiados para poner o lucir gemelos, algunas de las veces, de gran ostentación y demostración de ser más bien rico que pobre. Y, así, es probable que haya algún tipo más de camisa -no muchas más-, pero que en relación a la manga, más bien creo que no. Sigamos.

Reiterando el tema de las camisas, efectivamente la moda de o en las mismas dio y seguirá dando muchas vueltas. Que si pico cerrado, abierto, cuello estrecho, ancho, entalladas, sueltas? Pero, ¿y el ancho de las mangas largas? Aquí está la madre del cordero. Con el tiempo también se pusieron en la manga dos botones, para que en el puño cerrase uno más que otro. Y de esta forma y manera, ¡al fin!, llegamos al puño de la manga. ¿Todavía? Y lo que falta para que no nos aburramos. Entonces, yo les pregunto a ustedes: «¿Cómo es su reloj, el de pulsera, fino o grueso?». Si es fino no tiene problema alguno, pero sí son de esos que se han puesto de moda, que no es que sean gruesos, gordos, sino también enormes y, a veces, con un diámetro que le tapa todo el ancho del brazo, ahora le pregunto yo: «¿Dónde le quedó el puño de la manga?». Porque con los «anchos de vía» normales, no es posible que logren tapar el «relojón» en cuestión. El ancho de manga de la chaqueta allá se andará, pero el del puño de la tan repetida camisa?, marra miau, imposible. Ah, bueno, claro, salvo que quiera ir enseñando tal reloj casi de péndulo a sus congéneres, para que le envidien y sepan sobradamente lo rico que es. Salvando distancias, me acuerdo cuando en España aterrizó la minifalda allá por años? -era yo bien joven y con buena vista- y si nos cruzábamos con una real moza con semejante vestimenta, el inapropiado piropo que imperaba solía ser: «Nena, ¿o compras falda o vendes pierna?». Hoy, a los amigos de los relojones -sin rima-, podríamos decirles algo así: «¡Oiga!, ¿o ensancha la camisa o lima su reloj?». ¡A lo que llega la moda!