Cangas del Narcea,

Ignacio PULIDO

Las fiestas de Nuestra Señora del Carmen y La Magdalena, declaradas de interés turístico regional, desprenden un fuerte olor a pólvora en Cangas del Narcea. Durante seis días, el estruendo de los voladores y de los fuegos de artificio se convierte en compañero diario del devenir de los vecinos, cuya propia identidad ha sido forjada a golpes de barreno. El próximo martes los cangueses encenderán de nuevo la mecha de sus populares festejos, cuyo punto culminante será la sobrecogedora «descarga» del día 16 en ofrenda a la Virgen.

El disparo de voladores para celebrar las fiestas es una costumbre que se comenzó a fraguar durante la segunda mitad del siglo XVIII. Las festejos en honor de la Virgen del Carmen son los más importantes de la villa canguesa desde finales del siglo XIX, época en la cual se prolongaban durante tres jornadas, gozando ya de especial repercusión la Descarga. Durante la última centuria, las celebraciones, que no fueron interrumpidas ni siquiera durante la Guerra Civil, comenzaron a recibir la visita en masa de personas ajenas al concejo que acudían atraídas por un amplio programa en el que se incluían proyecciones cinematográficas, corridas de becerros, veladas de boxeo e incluso carreras automovilísticas, todo ello fundamentado sobre una base tradicional aún conservada.

A lo largo de todo el año, la imagen de la Virgen del Carmen permanece en la capilla de Entrambasaguas, lugar de donde parte en procesión el día grande de los festejos hasta la Basílica de La Magdalena. Después de una misa solemne, a las siete de la tarde, la patrona vuelve a las calles e inicia el regreso a su templo. A lo largo de todo el recorrido se lanzan voladores para indicar en qué punto del camino se halla la comitiva. Una vez en el centro del puente romano, el paso se detiene y se inicia la «descarga», una tirada de unos siete minutos de duración en la que la explosión de centenares de kilogramos de pólvora oscurece el cielo de la villa y hace temblar el suelo del valle. Tras varias jornadas de fuego y devoción, la jira al alto de Santa Ana hecha el cierre a la «folixa» durante el día de Santa María Magdalena.

La pirotecnia fluye por la sangre de los cangueses. Fermín Uría, conocido popularmente como «Firme Laudela», recuerda los tiempos en los que los voladores eran confeccionados por artesanos en el pueblo. «Ha cambiado mucho, antes los voladores se hacían con varas de avellano», dice. En cambio, actualmente los cohetes se adquieren en otras ciudades.

Arturo Marcos preside desde hace casi dieciséis años la Sociedad de Artesanos -ente creado en 1902 para realzar las fiestas y encargado de disparar la «descarga»-, que integra a unos 2.600 socios. «El auge definitivo de los festejos comenzó a surgir con la llegada de pirotécnicos valencianos hace unos treinta y cuatro años. Desde entonces se comenzó a multiplicar el número de personas que acudían a Cangas llegadas de toda España e incluso del extranjero», señala.

Cabe decir que las fiestas del Carmen y La Magdalena no se reducen a la Descarga, a pesar de que éste sea su plato fuerte. En Cangas existen 32 peñas de la pólvora, cuya historia se remonta, al menos, a los años 30, con la fundación del «Arbolín» por el indiano Ubaldo Menéndez. «Estas agrupaciones son las que llevan el peso de los festejos, en los que hay diez tiradas además de la "descarga"», subraya Fernando Fernández, presidente de la Federación de Peñas.

El empleo de máquinas y tableros desde hace varias décadas ha permitido incrementar el número de cohetes disparados, que se cuentan por centenares al día. La seguridad en el pueblo se extrema durante las fiestas. «Más de cien personas velan por la integridad de los asistentes. Asimismo, cada peña cuenta con un delegado expresamente destinado a labores de prevención de riesgos», describe el concejal de festejos Samuel Areces.

Por suerte, a lo largo de su historia sólo se han tenido que lamentar pequeños accidentes, exceptuando una explosión acaecida en 1979 bautizada como «El Hongo». «Estallaron noventa docenas de voladores de repente. No hubo daños personales, pero se produjeron destrozos valorados en tres millones de pesetas», enfatiza Marcos, quien hace hincapié en la sensación de tranquilidad que se respira tras la «descarga». «Cuando todo termina, disfruto de las fiestas», concluye.