Tapia de Casariego,

T. CASCUDO

«Tardé muchos años en poder volver a mirar la mar». Lo dice Dolores Noceda mientras las lágrimas enjuagan sus ojos. Pero, aun así, no pierde la sonrisa. Dolores y también su cuñada Sara Erigoyen saben bien lo que es el sufrimiento y también cómo salir adelante cuando las cosas se tuercen. El 9 de noviembre de 1960 sus vidas quedaron marcadas para siempre al perder a sus maridos en el naufragio del barco «Ramona López», popularmente conocido como «naufragio del 7» en referencia al número de barcos que poseía el armador.

Este año se cumplen cincuenta años de aquel trágico acontecimiento en el que perdieron la vida seis marineros -los cuerpos de tres de ellos nunca aparecieron-. El Ayuntamiento de Tapia no ha querido dejar pasar la efeméride y por eso, a lo largo del verano, tendrán lugar varios actos de conmemoración de este suceso. El primero de ellos será el próximo día 10, en la entrega del V Premio «Mujer», que concede cada año el Consejo de la Mujer.

Dolores y Sara son las únicas viudas que aún viven y recogerán el galardón en representación de todas las que vivieron en primera persona las consecuencias del naufragio y tuvieron, con el tiempo, que ir cerrando las profundas heridas que dejó en sus vidas. Ambas están satisfechas con el galardón que premia su valentía y fortaleza para tomar las riendas de sus familias en solitario.

Aquel fatídico 9 de noviembre el «Ramona López» salió en busca de sardina a la costa del vecino concejo de El Franco. Pero no era un día habitual de faena sino que los marineros habían decidido echar una mano a una familia en apuros a la que iban a ceder la ganancia del día. Por eso el marido de Dolores -que no era marinero de profesión, sino minero- se enroló por casualidad en este viaje.

Una galerna los sorprendió a la entrada del puerto de Tapia, con la mala suerte de que se averió el motor del barco. Los diez tripulantes vivieron momentos de angustia y parte de la tripulación decidió echarse al agua en el bote salvavidas al quedar la embarcación a la deriva. De ellos, seis perdieron la vida. Los que se quedaron en el barco llegaron sanos y salvos porque el pesquero llegó a tierra sin un rasguño. Lo más trágico del caso es que el accidente sucedió a la entrada de la villa, con lo que decenas de tapiegos fueron testigos de lo que ocurría, impotentes y sin apenas poder hacer nada.

El caso de Dolores -Lola del Pubelo, como la conocen en la villa- es, si cabe, más doloroso, pues perdió a su marido, Santiago Rodríguez, y también a su hermano, Ramón Noceda. No recuerda demasiados detalles del suceso pues, como explica, «te quedas tan ciega que lo mejor era no querer saber nada». Tenía una hija de 2 años y estaba embarazada de un niño al que puso por nombre Santiago Ramón, por los dos hombres de su vida.

Cuenta que jamás olvidará lo ocurrido y tampoco cómo con 24 años tuvo que resistir y no rendirse nunca. Lo peor, dice, el riguroso luto y someterse al juicio constante de los vecinos: «No podías hacer nada porque te criticaban hasta por comprar unos zapatos. Yo trabajaba en la fábrica Albo y tenía que ir con la pañoleta, la ropa negra y unas medias tupidas. Llegaban a casa tiesas de la sal de la conservera».

Sara coincide con su cuñada al hablar del largo luto de casi una década. «Nos enterraron en vida. No podías hacer nada y todo estaba mal visto. Yo no me olvidaré nunca de mi hija llorando en pleno mes de agosto porque no la podía llevar a la playa». A Sara, el «Ramona López» la dejó con una niña de 4 años y otra de tan sólo cinco días. Relata la dureza de años de trabajo -en su caso, como recepcionista en el centro de salud-, en los que «no había casi tiempo de llorar».

Ambas mujeres están ahora viviendo los años que les robó la mar aunque, como dice Sara, «con una pena muy grande incrustada en el corazón e imborrable».