Tapia de Casariego,

T. CASCUDO

Han pasado casi sesenta años desde aquella fotografía, pero siguen luciendo la misma sonrisa de entonces. LA NUEVA ESPAÑA ha reunido a las tres mujeres protagonistas de una de las imágenes que engrosan la exposición «Historias de vida». Se exhibe en el Ayuntamiento tapiego hasta el 25 de agosto y esta estampa, en la que tres jóvenes caminan con paso firme por un desértico centro de Tapia, está siendo una de las más comentadas.

El paso del tiempo ha dejado huella en su rostro y también en sus corazones -las tres están vinculadas al naufragio del barco «Ramona López», conocido como «el siete»-, pero, a pesar de todo, lucen espléndidas. Son Dolores Noceda, Encarnación Mariñas y Adelaida Fernández, más conocidas como Lola del Pubelo, Encarna de Felicidad y Lala del Rondelo.

«Si te digo la verdad, no me acuerdo de cuando nos tomaron esa foto», dice Lala. Pero, a renglón seguido, precisa su amiga Lola: «No es muy difícil saberlo, cualquier día de paseo. Esa calle donde nos fotografiaron era el punto de reunión de los jóvenes». Y es que, antaño, cuando apenas había lugares para el ocio y mucho menos dinero para gastar en ellos, la mayor distracción de las pandillas adolescentes era dar paseos por el centro de la villa. «La zona de paseo era entre Casa Carolina y Casa Bobis, y a eso nos dedicábamos, a dar vueltas calle arriba y calle abajo», explican. En esa calle se forjaron amistades eternas y también grandes amores.

Hablar de aquella época les recuerda que, salvando la miseria y la pobreza en las que crecieron, fueron tiempos «muy felices». Incluso se atreven a decir que mejores que los de ahora por la sencilla razón de que «la gente estaba mucho más unida para todo».

Volviendo a la imagen, las tres mujeres aparecen ataviadas con un chubasquero y caminan con «galochas» o madreñas. Todo apunta a que la foto se registró instantes después de un fuerte aguacero. Aún así sonríen. «Debíamos estar locas por salir, era igual que lloviese», comenta Lola Noceda. Encarna Mariñas se confiesa enamorada de los tacones, pero explica que antes era difícil disponer de zapatos y, por supuesto, cuando llovía, las madres obligaban a usar galochas. «No me gustaban nada, además me destrozaban los tobillos». Sus compañeras de instantánea, en cambio, piropean el calzado por cómodo y abrigado: «Yo me encontraba muy a gusto con ellas», comenta Lala Fernández. Parte de la magia de la fotografía reside en ese andar, firme y decidido, a pesar de las «galochas», como si atravesasen la alfombra roja para un estreno en Hollywood.

Pero, además de sus atuendos, la fotografía habla del paso del tiempo y de los cambios en la villa tapiega. «Fíjate lo que cambió todo, antes casi no había coches y hoy está todo lleno», suspira Lola Noceda. La calle Marqués de Casariego era, a principios del siglo XX, una gran explanada donde mandaba el peatón y donde el coche era un extraño. El suelo estaba pisado -recuerdan- con una especie de cemento que hoy ha dejado paso a un vial adoquinado y aceras a ambos lados. Pese a todo y, aunque reformados, los edificios que presiden la calle siguen siendo los mismos.

Aunque no lo saben con exactitud, las tres creen que la foto fue captada a finales de los años cincuenta. Lo que sí tienen claro es que el autor de la estampa es el popular fotógrafo Everardo Fernández Cadenas -más conocido como «El Súcaro»-, ya desaparecido.

Fue Lola Noceda quien cedió la foto al Consejo Local de la Mujer cuando se enteró de que buscaban imágenes antiguas, pero las tres la guardan con cariño entre la colección de recuerdos de su juventud. Lala y Lola se llevan un año de diferencia, pues nacieron en 1937 y en 1936, respectivamente. La mayor del trío es Encarna, que vio la luz en 1932. Aún así eran amigas y vecinas del muelle y son muchas las vivencias comunes que las unen.

Entre las tristes figura el naufragio del «Ramona López». Y es que las tres pertenecían a familias de pescadores. El suceso se produjo en 1960, cuando el motor del barco -que había salido a faenar- se paró justo a la entrada del puerto. El miedo en la tripulación les impulsó a lanzarse al mar en un bote. Seis marineros fallecieron y, de ellos, tres nunca aparecieron. Tristemente, se trataba del padre de Lala y del marido y el hermano de Lola. Aunque Encarna no perdió a ningún familiar directo en la tragedia, sí que le afectó de algún modo, ya que su padre era el patrón del barco.

Pasados los sesenta, sus vidas se alejaron. Lala se marchó a Venezuela y Encarna, a Cudillero y, después, a Santander. Sólo Lola se quedó en casa. Ahora, muchos años después, siguen encontrándose en la Tapia que marcó su vida.

La primera comparación entre las dos fotos sobre estas líneas -la superior, tomada a finales de los años cincuenta y, la inferior, hace unos días- es obligada: la indumentaria. Las tres mujeres han cambiado la falda y las obligadas «galochas» por el confortable pantalón. Pero a ellas lo que más les llama la atención es el paso firme y acompasado con el que caminan: «Vamos marcando el paso, las tres con el mismo pie. Parece que estaba ensayado», bromean. Y, sin darse cuenta y, también, sin ensayo vuelven a repetir el paso, informa T. C.