Doriga (Salas)

Antonio Arias es un valiente. A pesar de la que está cayendo, este salense optó, hace unos meses, por regresar a Doriga, su pueblo natal, y tomar las riendas de su negocio familiar, el chigre Cá Pacita. Tras una época de actividad frenética en este enclave salense como consecuencia de la construcción de la autovía entre Oviedo y Salas, las cosas se han calmado por completo. Ya no hay obreros trabajando en el trazado. La crisis aprieta. Es lo que toca. No obstante, este hombre, por cuya sangre corre el comercio, ha decidido plantar cara a la coyuntura y dar una segunda oportunidad al establecimiento, que pretende convertirse en un referente para los peregrinos que cubren el Camino Primitivo de Santiago.

Su abuelo, Sandalio García, un praviano nacido en el pueblo de La Tabla, abrió el negocio junto a su esposa, María de la Paz Abello, «Pacita», a principios de la década de los treinta del siglo pasado. «Mi abuelo había sido emigrante en Cuba. Tras contraer matrimonio con mi abuela, que era natural de Moratín, inauguró este comercio», precisa Antonio Arias. Sin embargo, la Guerra Civil se interpuso en el camino de esta pareja. En plena contienda, Sandalio fue llevado de su hogar junto a otros vecinos de la zona antes de ser fusilado, supuestamente, en los alrededores de La Espina. «En casa no supieron nunca más de él. Mi abuela y su hermana Esther tuvieron que trabajar duro en el comercio para sacarlo adelante y para criar a mi madre, que apenas era un bebé», comenta Arias.

Tras la guerra llegaron los no menos duros años de la posguerra y, con ellos, el contrabando de productos de primera necesidad. «Doriga era un lugar de paso para los contrabandistas. Pasaban por aquí para evitar La Cabruñana. Esto daba lugar a un intercambio de productos. Se trataba de un punto obligado en el tráfico comercial con la meseta», subraya el hostelero salense, hijo, precisamente, de un comerciante de Villablino, Evencio Arias. «Mi familia paterna poseía una empresa de refrescos llamada Anaical. Eran habituales de esta carretera, puesto que compraban la cerveza en la fábrica del Águila Negra, en Colloto», enfatiza.

María de la Paz Abello y su hermana Esther escribieron tras su mostrador una de las páginas más gloriosas del comercio tradicional salense. Durante décadas, Cá Pacita gozó de gran fama gracias a sus festejos y sus bailes. Las festividades del Corpus, El Rosario, Santa Eulalia de la Doriga y San Pedro eran citas ineludibles para los mozos y mozas de los alrededores. «Incluso había una orquesta que solía tocar en el chigre. Se trataba del conjunto "Jazz Bahía"», afirma Antonio. Asimismo, la cercanía del local con respecto al templo parroquial lo convertía en el lugar idóneo para celebrar banquetes nupciales. «Las bodas han cambiado mucho. Antes el banquete se limitaba a los familiares más allegados. Como mucho, había quince o veinte comensales», advierte.

Ya nada es lo mismo. Pacita y Esther se jubilaron en 1995 tras toda una vida dedicadas por completo al comercio. Zulima García, su hija y sobrina, respectivamente, las ayudaba desde hacía décadas y fue la encargada de perpetuar la saga durante años. Ahora, Antonio Arias ha llegado dispuesto a dar un nuevo aire al comercio. «Tomé sus riendas durante la pasada Semana Santa. Lo habilité para echarlo a andar, sin olvidar sus orígenes», matiza. No en vano, todo su mobiliario y alguna que otra joya, como es el caso de un viejo medidor de aceite, permanecen inalterados.

No obstante, las cosas no pintan bien. La paralización de las obras de la autovía ha asestado una puñalada a este comercio, que tenía en sus obreros a una de sus principales fuentes de ingresos. «El invierno es muy inactivo aquí. Con el verano la situación mejora por la llegada de turistas y de peregrinos. Hemos comenzado a apostar por organizar fiestas todos los fines de semana», comenta Arias. Y añade: «No se puede hacer otra cosa, hay que aguantar».