Ayer, no más, como aquel que dice, llegó a mis manos un libro, entre tantos como, en un grato goteo, van arribando al puerto de tu librería particular. Me lo obsequiaba con un afecto impagable mi amigo Manuel del Río, ibiense del pueblo de Villaoril, de la parroquia de San Pedro de Taladrid. Venía con su dedicatoria, que es como más se estima el obsequio de un libro.

Me había escrito en ella mi amigo Manolín del Río: «quiero dedicar este libro, hecho por mi hija María, a mi buen amigo Agustín Hevia, quien, en sus años jóvenes, visitó en varias ocasiones la Casa del Roxo en Villaoril. Esta casa aportó a lo largo de su existencia cuatro hijos a la Iglesia. En 1709, Domingo Sal de Rellán, cura de Moya. En 1782, Santiago Sal de Rellán, cura de Tormaleo. En 1800, Francisco Sal de Rellán, cura de Taladrid, nombrado por Juan de Llano Ponte obispo de Oviedo y conde de Noreña y, en 1834, Domingo Sal de Rellán, nombrado capellán de la Capellanía de San Matheo, en Tormaleo por Manuel Noval, en nombre del obispo de Oviedo. Un abrazo, Manuel del Río».

Como suelo hacer muy a menudo, acostumbro escribir una respuesta cariñosa a las dedicatorias, utilizando también páginas o espacios en blanco en la portadilla del libro. Y estampé como contradedicatoria: «Para mí, la tierra bienamada de Ibias es uno de los referentes de mi preparación pastoral para mi sacerdocio. En efecto, allí participé en un "campo-misión" con varios compañeros seminaristas, en el año 1960, bajo la dirección de don José Luis Ortiz Corbato y acompañando al entonces párroco ibiense don Celestino Méndez Couso. Por ese motivo y por otros muchos, conservo vivas en mi memoria las impresiones y los detalles de una estancia de quince días en Casa del Roxo, gozando de una hospitalidad entrañable».

«La experiencia del contacto aquel con las gentes de Ibias y con sus costumbres permanece imborrable en mi mente y me trae al recuerdo el verso virgiliano que se inicia con el famoso "iacet alta mente repostum inextricabile vulnus" o "yace profundamente enraizada en lo más hondo del alma la herida de una pasión sin retorno", que constituye para mí la mejor fijación en los hondones del alma de unos días de cariño sin medida, unos días que nunca podré dar al olvido, en aquellos instantes, en que, entre catequesis y vivencias pastorales, se me metió en el alma como un virus la pasión por Ibias, sus tierras, sus capillas, sus iglesias parroquiales, sus cementerios, que recibieron entrañables tesoros de cristianos, cuyas biografías perfilan los libros de bautizados, confirmados, casados y difuntos de sus parroquias, saturados de vivencias cristianas. Por eso doy las más cumplidas gracias a María del Río o del Roxo, como ella prefiere firmar, y a Alberto Álvarez por esta fineza de obsequio, que nos habéis deparado a los amantes de las tierras de Ibias. Con el más sentido afecto».

La expectativa de deleite que me ofrecía el libro Ibias. Guía completa, publicado en Gráficas Rigel y editado por Calecha Ediciones, en su segunda edición de noviembre de 2010 -en septiembre había sido la primera-, me llevó a sumergirme ayer por la tarde y hasta bien avanzada la noche en una lectura compulsiva de un libro que me resultó apasionante en grado sumo.

Acudían y afloraban en mi mente recuerdos y vivencias, imágenes revividas de las pequeñas ermitas de cada pueblo, con sus nombres gratamente recordados, con sus santos titulares, protectores y abogados, en sus expresiones artísticas las más logradas, que para los habitantes apegados a sus lugares de nacencia representaban logros que podían codearse con la «Pietá» de Miguel Ángel como mínimo o con las vírgenes de Murillo o de Velázquez, de Berruguete o de Pedro de Mena.

Me llenó de remembranzas el corazón aquella expresión con que los autores califican a Ibias, como «el lugar donde habita el olvido». O de los lemas atribuidos a cada uno de sus pueblos. Así, de Alguerdo proclaman que es «Toda la hermosura» o cuando nos introducen por Andeo, al que encontramos «en traje de faena» o en Arandojo nos hallamos con «la vida en la braña» o descubrimos en Boiro «la buena vista» o, cuando se nos informa en Busante de «un prolífico escultor» que fue Domingo Álvarez, o cuando en Buso nos sumergen «en la sombra» o se nos presenta Bustelín, «Anclado a la roca» o Bustelo con su «Rey, Obispo y Abogado» o nos llevan a Busto, «el pueblo resucitado» o llegamos a Cadagayoso donde encontramos «Vigilando a la nobleza» o en Caldevilla, «el reino de la uva» o en Carbueiro nos ayudan a descubrir el porqué de su nombre por su famosa producción de «carbón vegetal» o nos explican por qué a Castaosa la califican «el castaño y la raposa» o, cuando allegados a Cecos nos hacen sentirlo como «el ombligo de Ibias», o cuando descubrimos que en Centenales nos encontraremos «sin un grano de centeno» o cuando por el contrario en Cuantas realizamos un «paseo con recompensa» o cuando vivimos en Dou las tristezas de «la escuela vacía» o nos encontramos con que «para sastres, el Bao» o con «el tesoro de El Corralín» o, cuando en el Viñal, hallamos «Pallozas y vides en el recuerdo».

Ferreira será calificado como «un mirador natural» y de Folgoso se nos traerá otro triste recuerdo en su «Pra onde vas, fame». Sabremos que Folgueiras de Aviouga será lugar con el «reloj detenido» y, en cambio en Folgueiras de Boiro podremos escuchar «el sonido del bosque», mientras que en Folgueiras de Cotos descubriremos el porqué del «tercero en la discordia» o percibiremos la «identidad perdida» en Fondodevilla o seremos informados de «modernos Cow-Boys» en Forna o continuaremos «de camino» en Fresno, o en La Muria encontraremos «la mitad dividida en dos» o percibiremos en La Sierra «que viene el lobo» y sabremos de las excelencias del «Maestro Teitador» en Lagua, y en Lagüeiro nos aguardará «mucho más que un palacio», que será el de la Casa de Ron que, con su cuerno de convocatoria, advertirá que «A ese son comen los de Ron».

Se nos aparecerá Linares «entre arroyos», mientras que Luiña nos revelará «la cara y la cruz», en tanto que Llanelo se nos mostrará «frío, frío» y hallaremos Marcellana «vigilando en la frontera», en tanto que en Marentes descubriremos «el señorío de los Ibias». Por Marguleira pasaremos «visto y no visto», mientras en Montillo habrá «uno para todos», en Morentan se nos desvelará «la belleza interior» y en Omente conoceremos «a terra rubia». A Parada la encontraremos «sin fonda» y en Pelliceira otra vez avistaremos «la vida en la frontera». Peneda se nos desvelará como «algo más que roca» y de Penedela se nos destacará «Hierro y oro», recordando al que allí explotaron otrora los romanos y sabremos por qué a los de Piñeira se les dice cariñosamente «raposos».

Pousadoiro será el «bien posado», mientras que de Pradías nos enteraremos que pasa «cuatro meses a la sombra». En Rellán encontraremos la alusión tolstoyana a «Guerrra y paz» y en Riodeporcos irradiará para nosotros «el sol de Ibias», mientras a Salvador llegaremos «vivitos y coleando», arribando después a San Antolín que encontraremos como de siempre fue, «a su ritmo», en tanto que a San Clemente podremos distinguirlo por su Castelo y a San Esteban por «La Fuente del Papo» y, cuando lleguemos a Santa Coloma nos adentraremos en el «Reino dormido», mientras en Santa Comba dos Coutos descubriremos «La joya de la comarca» y en Santiso hallaremos «la memoria sepultada», mientras que de Sena saldremos con la «barriga llena» del abundoso «pan de centén con toucín» y de Taladrid quedaremos ahítos de «Hidalguía y leyendas», en Torga hallaremos la «puerta de la montaña» y en Tormaleo se nos verificará el «Dios me ayude» de la leyenda heráldica de Ibias y, al llegar a Uría, nos hallaremos con «los señoritos» y en Valdebueyes iremos a parar «más allá de los infiernos», así como en Valdeferreiros descubriremos «las dos mentiras», que ni es Valle ni hay «Ferreiros» y de Valvaler se nos dirá por calificativo «Pequeño pero matón» y de Vilarelo sabremos que es «dos en uno» y en Villajane se nos ayudará a descubrir el «tesoro de Don Víctor», que, al final nos deja con la inquietud de saber si era el cura o capellán de la capilla de San Juan o el señor del Palacio de la Peña.

Villamayor se nos ofrecerá «soleado y festivo»; Villaoril será todo él «una Bienvenida», de Villarcebollín se nos dirá que también puede ser «simplemente Vilar» y de Villardecendias sabremos que hay «18 vecinos y 19 abogados», mientras que de Villares de Abajo o Vilar Fondeiro seremos informados que se trata de «El poblado minero» y al Cimeiro, en cambio, lo reconoceremos por «Las reliquias del pasado» y sabremos que en Villarín «hay monte y hay molín», y soplarán «aires revolucionarios» en el pacífico Villarmeirín, para, al final, en Villasande salir ya «por el otro lado».

Cuanto haya que saber de Ibias, de sus brañas, de sus vinos de la tierra, del oro y el moro, de los maestros de escuela, que venían de las Babias, de árboles, de montes y de ríos, de teitos y pallozas, del linaje de los Ibias y los Ron, de palacios y casonas de arquitectura tradicional ibiense, de cortines y lousados, de los castros de Ibias, de los cunqueiros, de Cruceiros, de ermitas, del bosque animado que es el Muniellos, de rutas, de gastronomías ibianas, de todo lo sabido y por saber no lo busquéis en otra parte, que sólo lo encontraréis en esta guía completa de Ibias, con que nos ha obsequiado María del Roxo con la colaboración de Alberto Álvarez, guía que más que completa merecería decirse superabundante en demasía .

Os puedo garantizar que es el no va más como guía de un concejo, el de Ibias.