«Nos decían que nos tendríamos que ir en el año 67, pero enseguida vimos que el agua subía y que abajo, en Calabazos, la salida estaba atascada, así que hubo que dejarlo todo antes de lo previsto. Nunca se nos explicó, pero pensamos que no fue un estancamiento casual, que lo hicieron a propósito para que marcháramos rápido». A sus 73 años, Isidro Rozos explica entre sonrisas, sin visos de rencor, el proceso que le empujó a abandonar el pueblo de Bebares por la creación del pantano, en el año 1966.

El desembalsamiento de Calabazos ha dejado al descubierto las ruinas del pueblo de Isidro, que estaba formado por catorce casas y que fue el único que se hundió por la creación del embalse, junto con otras dos casas de San Adrián. Supuso el éxodo de más de medio centenar de personas.

Isidro Rozos no se fue demasiado lejos y se ha acercado a ver las ruinas de lo que fue su pueblo. Lo hace sin nostalgia, «han pasado muchos años y a todo se hace uno», pero recuerda cómo era la vida entonces: «Nosotros teníamos unas huertas y unas tierras y creo recordar que le dieron a mi padre 1.300.000 pesetas por la expropiación. Decidimos quedarnos a vivir por aquí». No fue la norma común, ya que la mayoría de las familias se fueron a vivir a Oviedo, Gijón e incluso Madrid.

En algunos pueblos donde se proyectaron pantanos y embalses con el fin de generar energía eléctrica, como es el caso de Bebares, se produjo una revuelta popular para evitar que aquelllos quedaran sepultados bajo las aguas. No fue el caso de Bebares. Rozos confiesa que «en aquellos tiempos no había protestas porque hacías lo que te mandaban. No quedaba otra. Así que aceptamos aquel dinero y nos buscamos la vida sin más. Tampoco es que los demás hiciesen algo diferente».

Antes de hundirse, Bebares disfrutaba de la riqueza típica de vivir al lado del río, con lo que eso significaba a nivel de pesca. Sobre todo podían presumir de salmones, pues los había en abundancia. La ganadería, como todos los pueblos de la comarca, era la forma de vida genérica, pero también eran numerosas las viñas.

Isidro cuenta hoy con 73 años y con tres hijas, amén de un nieto, pero ya pocas cosas le atan al antiguo pueblo donde nació, pues dos de sus hijas viven en Oviedo y Madrid y el resto de la familia ha rehecho su vida sin mirar al pasado. Sólo le quedan recuerdos, «de cuando vine de la mili, de cuando cogí el camión por primera vez y poco más. Claro que recuerdo cómo estaba esto lleno de chavales, porque las casas antes tenían mucho hijos y cómo andabamos al lado del río, pero fue hace tanto tiempo...».

Una de las cosas que más impresionaba de la antigua Bebares es que, alrededor del río, creció una pequeña fama de turismo de pesca. Gente de todo el país, en general adinerados, venían al Narcea a mitad de siglo a pescar salmones. Rozos lo confirma: «Sí, sí, ricachones por aquí pescando siempre hubo. Era muy fácil pescar porque había mucho».