¿Qué se debe entender cuando, refiriéndose a otra persona, alguien afirma de él que "es un acomplejado"? En rigor de términos, el complejo es el mecanismo psicológico, de índole inconsciente, origen y motivación de la conducta de una persona y que, hasta cierto punto, configura su personalidad. En el ámbito profano y coloquial no se da esa diferencia de planos, el propio del complejo y de naturaleza inconsciente, y, de otro lado, el sentimiento o percepción, tanto de inferioridad o superioridad, que tiene de sí misma y de lo que le rodea la persona afectada de aquel mal del alma. El uso del concepto "complejo de inferioridad", en una conversación de barra o ante la cafetera de empresa, es el modo habitual de expresión despectiva para descalificar a otra persona, buscando el desdoro de esta tanto en lo que atañe a sus capacidades intelectuales como habilidades profesionales y sociales.

En cuanto acontecer psíquico, el "complejo de inferioridad" se presenta, por así decir, como rémora para el individuo en la consecución de sus fines personales y en el logro de la satisfacción personal. Este complejo se hace manifiesto mediante el sentimiento propiamente de inferioridad, así como en la conducta arrogante. Se manifiesta el sentimiento propiamente de inferioridad como desconfianza de la persona en sí misma, así como el desánimo que le inspira su propio estilo de vida. Sin embargo, son los ámbitos, en los que un afectado del complejo se siente derrotado y alejado del "lado útil de la vida", lo que diferencia la naturaleza de su caso del sufrido por otro.

Al profano, en el ámbito de la ciencia de la conducta, le sorprenderá el que se considere, como caso del cuadro clínico "complejo de inferioridad", al arrogante o persona que da a entender que se ve superior a quienes le rodean. ¿Qué revela su conducta? Artimañas para imponer un respeto, admiración y aceptación que el mérito personal no logra hacer valer a los ojos de los otros, de aquellos que así espera ser considerado. Caracteriza, pues, al arrogante su condición de manipulador. Para dar satisfacción a esta inclinación, a esta disposición de su alma, representará diversos papeles, en razón de la posición de fuerza en la que se encuentre. Cuando su posición dada es un escalón inferior y no puede ejercer el control directo de la voluntad de los otros, son sus maneras habituales de conducirse las siguientes: el chantaje emocional o hacer responsable a los otros de la propia desdicha; el reproche moral injustificado, como la abnegada "joven altruista"; narrador incansable del relato "de la varita mágica" ( o freudiana "biografía del neurótico"), con el que oculta, para sí mismo y para los otros, su propia y dura realidad vivida. Es el caso del ponente irredento de la doctrina abrazada por los miembros de la secta "gente feliz" ("happy people") o "espíritu de la tarántula", del que tanto abominaba Nietzsche. En cambio, cuando la relación de fuerza le favorece -jerarquía laboral o de otra índole- puede llegar al extremo de la burda representación del déspota. Son, en definitiva, "trucos que emplea para asegurarse a sí mismo su propia importancia". En este modo de conducirse con los otros busca protegerse frente a la vida del daño que de ella le pueda llegar.

La herida en la vanidad es, psicológicamente, la más dolorosa, y por razones obvias: es estar a este lado del espejo y, en lo reflejado en él, ver lo allende y siempre anhelado, pero inalcanzable. (La tradición popular ha creado sus propias figuras ad hoc: madrastras, hermanastras y otras, así como la tragedia -Ricardo III- le ha asignado, igualmente, su representación). Para el acomplejado, es la herida sumamente dolorosa, su herida; es "el dolor". En este estado de sufrimiento, se dice a sí mismo: "Hay personas capaces de pasarme por alto. Debo mostrarles que soy alguien". Pero es el caso que, con los "trucos", se engaña. El arrogante se engaña: la naturaleza le ha negado unos centímetros, que compensará introduciendo gruesas plantillas en calzado de ya elevado tacón. (En la tradición popular, las hermanastras se amputan dedos y talón del pie, a fin de ocupar el asiento que no les ha sido reservado). Es el miedo de no ser, de no ser para alguien; es, pues, la angustia por abandono.

¿Qué pone al descubierto la conducta arrogante? Cierto que el complejo de inferioridad se pone de manifiesto en una conducta sumisa, cohibida, incluso inofensiva. Empero, esta es una de sus muchas formas de manifestarse. Se da la versión racionalizada o sublimada. Es el caso, por ejemplo, de quien abandera la lucha frente un enemigo concebido como representación de no se sabe qué injusticia (brillo personal, éxito social y económico o de cualquiera otra índole), y en quien se puede proyectar el odio sentido por la vida, por lo que él considera que ésta le ha negado. (Recuérdese, en un comentario anterior, las líneas dedicadas a la vida de Rousseau).

La cuestión que sale al paso es si el sentimiento de inferioridad es dado sólo a individuos con determinados rasgos de personalidad. Hay una forma de sentimiento de inferioridad que no es expresión de algún conflicto afectivo sin resolver, sino más bien la manifestación de un deseo de mejorar, común a todos los humanos en su vocación de superación personal y de alcanzar una vida plena y satisfactoria.