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Pardiñas entra al museo del cuchillo

El centro taramundés, único en Asturias, estrena remodelación integral e incorpora paneles informativos sobre la aldea donde se ubica

Juan Carlos Quintana posa ante la navaja gigante, uno de los atractivos del museo. T. CASCUDO

Los siete habitantes de la pequeña localidad taramundesa de Pardiñas se han acostumbrado al trasiego de visitantes que atrae el único museo dedicado a la historia del cuchillo y la navaja que existe en Asturias y el segundo a nivel nacional. En su décimo aniversario los responsables del Museo de la Cuchillería de Taramundi han decidido renovar por completo el equipamiento y darle una vuelta de tuerca más al incorporar el propio pueblo a la experiencia.

"Nos dimos cuenta de que la gente que nos visita tiene mucha curiosidad y por eso pensamos que era importante musealizar tres o cuatro elementos del pueblo e incorporarlo así al museo", precisa Juan Carlos Quintana, responsable de un centro por el que en 2017 pasaron 14.800 personas. Así las cosas, se han instalado varios paneles informativos por toda la localidad, señalando diferentes elementos.

Pero Pardiñas no sólo tiene interés por el museo por ser el pueblo que lo acoge, sino por su pasado ferreiro. "Mi familia llegó a principios del siglo XX al pueblo y ya había un señor que era carpintero y ferreiro, y antes existiera otro que hacía cerraduras, pero acabamos de descubrir un nuevo dato y es que el primer ferreiro documentado en el pueblo es de 1690", apunta Quintana, navalleiro de profesión.

El museo ocupa una superficie de 650 metros cuadrados dedicados a interpretar el oficio de la cuchillería taramundesa y en el que se exhiben alrededor de 300 piezas (los fondos del museo duplican esta cifra). Todo este espacio ha sido puesto patas arriba en los últimos meses con el objetivo de modernizarlo y hacerlo más atractivo al visitante y a sus demandas actuales. No es tarea fácil si se tiene en cuenta que el museo se enclava en una vivienda tradicional: "Hay que adaptarlo todo a la casa. Es tan artesano el museo como la propia navaja", bromea Quintana.

Ahora el visitante podrá ver, nada más llegar, un vídeo de seis minutos que lo sumerge en la historia de la cuchillería. Después pasará a una sala en la que conocerá la parte técnica del oficio, desde herramientas a procesos. En esta zona se introducen algunos elementos interactivos como una forja o una vieja sierra. La siguiente sala permite conocer los diferentes tipos de navajas y cuchillos elaborados en el concejo y en esta parte destaca una videomaqueta del concejo que enseña la ubicación y evolución de los talleres.

"Es curioso que pese a lo pequeño que es Taramundi había una especialización por zonas. Por ejemplo, la navaja de tenedor se hacía en Mousende y la de metal en la zona de Esquíos y Teixóis. Son datos curiosos, pero también hay que pensar que antes las vías de comunicación eran tan malas que de un pueblo a otro podía haber un día de camino", añade Quintana, quien explica que en todo el siglo XX Taramundi contó con alrededor de doscientos cuchilleros y en la actualidad suma doce talleres con una treintena de puestos de trabajo. Añade también que los pioneros del oficio iniciaron su andadura como ferreiros, principalmente dedicados a la elaboración de clavos, y, con la crisis de estos productos, se centraron en la navaja y el cuchillo.

El museo ha ganado una planta nueva dedicada a explicar la forma de vida del cuchillero. "Esto es algo que llama la atención a la gente, porque el cuchillero es un ganadero o agricultor que dedica una parte de su tiempo a la cuchillería", añade. En esta sala se recogen también elementos que enseñan cómo era la vida antaño.

Muestra del mimo con el que ha sido preparada esta remodelación es una pequeña salita que esconde un homenaje a los veteranos del oficio, aquellos para los que el temple (el punto exacto en el que la hoja de corte está preparada) era casi una religión. "Todos los gremios tenían sus secretos. Para algunos cuchilleros el temple se convierte en algo celosamente guardado, casi místico", reza un cartel en la pared junto a una vieja fragua. En esta salita, casi a oscuras, se pueden escuchar conversaciones recreadas en las que los navalleiros hablan o, mejor dicho, no hablan de su secreto. "La idea es que la gente comprenda la magia y el secretismo", añade Quintana.

Otra de las necesidades del museo era ofrecer al visitante la oportunidad de visitar un taller real, así que Quintana convirtió el suyo en visitable. Lo trasladó a una edificación anexa que cuenta con unas mamparas que permiten al visitante ver las distintas fases del trabajo en el taller sin molestar a los trabajadores. En esta zona se incluye un árbol genealógico de la familia de Quintana, que se dedica al oficio desde 1995 y que heredó la marca CQ de sus productos de su bisabuelo Camilo Quintana.

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