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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

El ciego del folletín

Eduardo Varela murió ciego y loco. Había sido sargento del regimiento de Garellano sublevado a favor de la República en 1886 y tuvo que exiliarse en Francia. Regresó a España con una amnistía, se afilió al incipiente PSOE y representó a la Agrupación Socialista de La Arboleda en el III Congreso del partido, en 1892. En algún momento pasó de trabajar como secretario del Juzgado de Baracaldo (Vizcaya) a vendedor ambulante de libros y así llegó a los pueblos y barriadas donde malvivían los obreros vascos a los que aleccionaba en el socialismo y arengaba en la defensa de sus derechos.

Cuando Indalecio Prieto era un muchacho, le oyó embelesado y, años más tarde, le reivindicó como peregrino del socialismo y precursor de las organizaciones de Vizcaya y Asturias, las más potentes de España. Las capacidades como orador de este logroñés podrían ser muy grandes, pero su éxito sólo fue posible ante una audiencia ansiosa de oír soluciones para su vida de mierda.

Con la cachava y el lío de lienzo en el que guardaba sus fascículos coincidió algunas veces con un mercero ambulante que iba a lomos de un mulo. Peatón y jinete recorrieron juntos valles e ideas y el mercero, Facundo Alonso, acabó siendo uno de los primeros concejales socialistas de España, elegido por los mineros de La Arboleda. Fue en Asturias donde una enfermedad dejó ciego a Varela, el vendedor de aquellos pliegos que contaban historias tremendas e inacabables, siguió repartiendo de tapadillo la propaganda socialista y explicando a muchos mineros analfabetos cuáles eran sus derechos y cómo defenderlos. Fue candidato en cuatro elecciones. Nunca salió diputado. Acogido por la viuda de otro socialista, acabó sus días en Asturias, loco en su último año y medio.

Varela viene al caso para recordar que en los comienzos de los partidos y movimientos no se pueden atisbar los finales.

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