La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mel Gibson y las dos Coreas

Los movimientos migratorios siempre ponen en evidencia a alguien

Hay gente que huye de Corea del Norte a Corea del Sur y Mel Gibson ha sido acusado de agredir a una fotógrafa. Lo segundo me tranquiliza solo en una cosa: compruebo que los nombres que saca este periódico en su sección de Gente me son familiares. (Cuando no es así, me alarmo: estaría perdiendo uno el pulso de los famosos y así no se va a ninguna parte). Bueno, a Corea del Norte quizá. Tiene ese país el misterioso mérito de resultar casi inimaginable, una especie de tierra retadora para las mentes borgianas, vagamente similar a un invento literario brumoso y, según muchos indicios, pelín inhóspito. Como se ve poco y se oye poco de Corea del Norte, ese país te sugiere un gran silencio. Vi una vez un fragmento de partido (¿hay que decir de qué deporte?) entre las dos Coreas. Los sufrimientos del comentarista al ir narrando poca cosa más que los nombres de los atletas no es que conmovieran -con razón-. Es que se te contagiaban. Y ahora los norcoreanos quieren cruzar la frontera que los separa de su vecina del sur. Lo que tienen los movimientos migratorios es que siempre dejan en evidencia a alguien; la gente no abandona su país por gusto. Esa pulsión de huír quiere decir que hay algo que no seduce a quien lo padece.

Mel Gibson hacía en sus años jóvenes películas ilusionantes. "Gallipoli", donde los capitostes del ejército inglés mandaban a los soldados australianos a misiones que sería suave llamar temerarias. Sonaba el Adagio de Albinoni cuando aquellos mozos desembarcaban en la tierra en la que iban a pelear. O "El año que vivimos peligrosamente", donde Gibson se salta un control militar con Sigourney Weaver en el asiento del copiloto. Y luego, Hollywood le pasó por encima y le enseñó lo que significa la palabra industria. Son férreas las leyes de ese famoso barrio de Los Angeles; la máquina de dinero no puede dejar de trabajar. Los efectos especiales tan de moda tienen algo de trampa; llegará el día en que importen más que el talento al que han ido suplantando. Cuando una película está hecha con cuatro perras, suele ser buena señal. El cine cambia. Hay algo de desdén hacia los sentimientos del espectador al meterlo en un multicentro en el que centellean las letras de hamburguesas y pizzerías: así no hay quien se conmueva, un suponer, ante el sacrificio de Bogart en "Casablanca". Estás demasiado rodeado por lo extracinematográfico. Una ciudad debería esforzarse por conservar salas de cine de las de siempre. Pero siempre, ahora, significa antes de Internet. El resto es futuro.

Compartir el artículo

stats