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Fernando Granda

Los socorristas que nos protegen

El espíritu de solidaridad de quienes cuidan de los bañistas y de los montañeros

El socorrista tiene un espíritu de solidaridad. Puede que entre dentro del oficio. Y hoy día también de la situación. Porque para dedicarse a velar por los demás se necesita una mentalidad humanitaria. Sobre todo contando con unos sueldos exiguos, la escasa autoridad que se les delega a pesar de la responsabilidad con que se les carga y con una consideración de escaso respeto por una buena parte de los bañistas. Estas circunstancias se muestran cada verano. Aunque haya excepciones como es el caso de la playa de Aguilar (ver LA NUEVA ESPAÑA del martes 25)

El socorrista es uno de los personajes del verano. Puede ejercer su labor en las playas, en las piscinas o en las montañas. En principio parece un trabajo reposado, normalmente tranquilo con pocos picos de tensión. Sólo con algo de marejada, con abundancia de público en el arenal o la instalación deportiva en los primeros casos, con tiempo revuelto en el tercero la situación se complica. Pero la mayoría de la jornada es de aparente pausa. Sin embargo la presión está presente en todo momento.

La vigilancia es permanente y nada parecida a la de famosas series de televisión, con monumentales modelos, aventuras e intrigas amorosas, grandes y veloces lanchas y espectacularidad cinematográfica. Aquí son chavalas y chavales animosos, que pasean por la punta de las olas equipados con unas aletas, un flotador y un silbato para las urgencias, además de un sistema inalámbrico para llamadas a las lanchas o el helicóptero de zona para casos de mayor apremio. El equipamiento no es lujoso, como se puede observar, es bastante ajustado y simple.

A pesar del servicio que hacen esta/os jóvenes a mucha gente le gusta meterse en el agua, arriesgando su seguridad especialmente si la marejada levanta olas peligrosas, fuera de la jornada de los socorristas, comentaban los muchachos que vigilan estos días las aguas de la familiar y segura playa llanisca de Barro. Lo hacían tras haber conseguido sacar de la picada mar, con ayuda de una lancha y un medicalizado apoyo aéreo, a dos adolescentes franceses que "surfeaban" en mar abierto y tuvieron que trasladarlos al hospital comarcal de Arriondas.

Los vigilantes de piscinas públicas reciben frecuentemente el reproche de menores y mayores por no permitirles pesadas bromas o juegos que perturban el baño y la estancia de los demás bañistas.

El trabajo de los guardianes de la montaña -el Servicio de Montaña de la Guardia Civil- es peligroso y en muchos casos de dificultad extrema. No abundan los momentos de graves lesiones o fallecimiento de quienes están al borde del agua para nuestra seguridad. Aunque si se producen percances entre los jóvenes centinelas. Sin embargo son numerosos los de quien ha de jugarse la vida para salvar al accidentado en las cordilleras. Ya decíamos que el socorrista tiene espíritu solidario.

Este verano que discurre con bastante calor y apetece disfrutar de la mar y de la montaña ha habido alguna protesta en el colectivo socorrista pero solamente hacia la Administración. Raramente se observa un reproche hacia el bañista, hacia el senderista, hacia el personal de vacaciones. Podrían haberla hecho porque muchas situaciones de peligro se produjeron por la imprudencia de algún desaprensivo. Pero solamente se manifestaron ante los administradores por discrepar de sueldos, de la escasez de medios y derechos laborales.

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