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Colau es ambidiestra

La alcaldesa de Barcelona no es el problema sino la prueba de la falta de liderazgo de la burguesía catalana

Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, rechaza el incremento de turistas en la urbe que rige y propone acoger a miles de refugiados en la Ciudad Condal. Por cierto, apenas se dice ya eso de Ciudad Condal: lógico. No hay relación alguna entre los dos ítem apuntados salvo las que se puedan establecer por el método freudiano de la libre asociación de ideas. O por la vía del humor negro, pero es obvio que no está el horno para tales bollos.

A fin de cuentas, como prescribe la Biblia, la alcaldesa no quiere que su mano derecha sepa lo que hace la izquierda. Bueno, Jesucristo lo dijo al revés pero ya se sabe que dada la generosidad siniestra -siniestra de izquierda, claro- de los progres esa es la mano que hace o, para el caso, la que entrega dádivas.

Lo malo es que la otra palma no se limita a darse por enterada o, mejor dicho, a no enterarse de nada ya que está aferrada al cuello de la economía de Barcelona, una de las ciudades turísticas más importantes de Europa, que de ésta puede acabar convertida en un pueblón. No solo por la falta de turistas, claro, sino por la abundancia de paletos o, dicho de otra manera, de independentistas.

No sobra recordar que las autoridades catalanas quieren inmigrantes árabes en vez de latinos porque a los hispanos no hay quien les enseñe catalán. No cruzan el charco con uno de los dos idiomas importantes del mundo en el bolsillo para que se lo veten en la Rambla. Por el contrario, un yemení, es un decir, apenas distingue entre la lengua del exaltado Espronceda y el habla del piadoso mossèn Cinto Verdaguer, así que es muy fácil que cuele la inmersión. Por eso en Cataluña hay muchísimos más musulmanes que en el resto de España. Por eso, en fin, aunque se independicen, que están a punto, acabarán pidiendo ayuda a los castellanos frente a tanto visitante de difícil asimilación.

Colau es muy generosa por una banda -con los recursos de los demás, no se olvide- y tremendamente feroz por la otra, contra la libre empresa. Menos mal que no tiene cuatro manos como Shiva porque entre desmesuradas larguezas y terribles ahogamientos no iba a quedar de Barcino nada de nada de aquí a las Navidades.

Con todo, la alcaldesa no es el problema sino el síntoma.

En España existen dos dogmas -existen miles pero conviene simplificar- que apuntan al corazón del sistema. Uno indica que la alta sociedad castellana o mesetaria o incluso esteparia -que siempre conviene cargar las tintas- está formada por gente ociosa, ignorante, vetero clerical y dedicada a la rapiña ya que el pueblo asiente mansamente. El otro dogma señala que Cataluña y sobre manera Barcelona está encabezada por una burguesía culta, abierta, europea, industriosa y maravillosa que capitanea a una población trabajadora y austera.

No seré yo quien niegue el primer dogma. En todo caso, el segundo es una de las más gigantescas y fantásticas mentiras que aquí se arrastran desde hace siglo y medio. La prueba es Colau.

Liceu, Círculo Ecuestre, Palau y... Colau, último término de una serie cargada de significados. Por no citar a su lugarteniente, dedicada a mear por las calles de la Mitteleuropa.

Hace poco repusieron "La escopeta nacional" a cuenta de la muerte de Sazatornil y bien se vio que el primer dogma es muy cierto y el segundo totalmente falso. La dirigencia catalana es de traca. Están forrados como también lo están esos ricachones castellanos con fincas por encima de las mil hectáreas en los montes de Toledo pero, ojo, o no leen ni un libro al año o no les aprovecha, lo cual es aún peor. A las pruebas me remito: esos elevados burgueses carecen en absoluto de capacidad de liderazgo -no hablo ya de ejemplaridad- como se comprobó con el ascenso irresistible de Ada Colau.

El truco catalán desde la industrialización ha consistido en convertir al resto de España en su mercado cautivo. El arancel fue el arma formidable de ese imperialismo trucado. En la nueva realidad de la Unión Europea, sin fronteras, semejante modelo tan beneficioso para Barcelona y tan letal para Valladolid, Santander, Valencia, Zaragoza, Oviedo, Vigo o Sevilla ha perdido cualquier virtualidad.

Con todas las distancias que se quiera -las que van de las pistolas a las palabras: mil abismos- la actual pérdida de hegemonía recuerda mucho a lo que ocurrió aceleradamente en el primer tercio del siglo pasado. Un proceso -un prusés, que se diría ahora- que acabó con Buenaventura Durruti como señor de la plaza hasta el punto de que su entierro salió de Via Laietana, de la conocida como Casa Cambó. Y Cambó, el jefe de la Lliga, del catalanismo digamos moderado -que era de Verges, el pueblo de Lluis Llach- en Burgos, suplicando ayudas al general Franco.

Eterno retorno de lo idéntico o, si se quiere, nueva versión del día de la marmota. Y todo porque, ha quedado dicho, del cuento del Palau a la realidad de la Colau apenas hay un corto paso. Menos mal que la alcaldesa solo tiene dos manos.

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