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Joaquín Rábago

Siria: mentiras e hipocresía

Contradicciones en torno a una guerra que estalló hace ya cuatro años

Hay demasiadas mentiras e hipocresía en torno a la guerra que estalló en Siria hace ya cuatro años, que dura ya más que la Primera Guerra Mundial.

Hablamos de derrocar a un dictador sanguinario, y sin duda lo es el presidente sirio, aunque EE UU y Europa supieron arreglarse perfectamente con él, como se las arreglaron con Sadam Husein o el libio Gadafi hasta que, por un motivo u otro, todos ellos cayeron en desgracia.

Y si de dictadores hablamos, no lejos de allí tenemos a otro, el egipcio Al Sisi, un golpista que ha reprimido duramente a su propio pueblo y con el que todos, Rusia incluida, vuelven a hacer ahora negocios.

Hablamos de devolver a Siria a la democracia, y sin embargo, no vemos contradicción en que los grupos rebeldes sirios a los que apoyamos reciban ayuda precisamente de Qatar y de Arabia Saudí, al parecer dos países modélicos en materia de derechos humanos.

Denunciamos a la Rusia de Putin por aliarse con Irán y Siria y tratar de no perder su base naval de Tartús, la única en el Mediterráneo, y, con una mentalidad todavía de Guerra Fría, nos parece normal que EE UU tenga bases militares en todos los continentes, incluidas varias en Oriente Próximo, como la de Qatar.

Llevamos cuatro años de guerra en Siria y al parecer no comenzamos a preocuparnos realmente hasta que los refugiados comenzaron a llegar por millares y a alimentar de paso tensiones internas y la xenofobia en muchos de nuestros países.

No quisimos ver a tiempo cómo el conflicto sirio estaba relacionado con la destrucción de Irak, cómo iba a desestabilizar aún más al país vecino y facilitar la implantación en ambos de los fanáticos yihadistas del EI, y no hicimos nada por evitar el desastre que se avecinaba.

Vendimos armas a unos y otros sin preocuparnos de que lo hacíamos en una región conocida por sus innumerables conflictos sectarios: étnicos, religiosos y, sobrevolando todos ellos, la vieja lucha por la supremacía regional entre el Irán chií y la Arabia Saudí, sunita. Y está también, para complicarlo todo aún más, el dichoso tema de los hidrocarburos.

Hay demasiada hipocresía y pocas ganas de poner fin a un conflicto mediante lo único que podría funcionar: la diplomacia y el diálogo, sin exclusión de nadie: ni Irán, ni Rusia ni el propio dictador. Pero, con tantos intereses en juego, ¿hay alguien al que realmente eso le importe?

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