La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Presidente del Fondo para la Protección de los Animales Salvajes (FAPAS)

Abejas asesinas

Los cambios que explican el aumento de los ataques y picaduras

Desde hace unos años, las alarmantes noticias que hacen referencia a las abejas nos tiene en vilo. Tanto que no hay día que alguien llame a todos lados, al 112, el Seprona, la Conserjería, es decir, al conserje de la Consejería, al FAPAS, a los bomberos y a todo teléfono que tenga que ver con un servicio público para solicitar la urgente intervención de un especialista que acabe con el peligro de muerte que supone tener unas abejas o unas avispas en casa.

Las noticias de ataques y muertes golpean al indefenso ciudadano, que ya no se libra de semejantes insectos ni aun viviendo en la ciudad. Pero si es en el pueblo, terror, avispas por todos lados.

¿Es cierto que hay abejas asesinas? Y si no son asesinas, parecen haberse vuelto locas; no hay día que salgas al campo y no tengas que enfrentarte a la odisea de sobrevivir a un ataque que, si no mortal, por lo menos te infringe una dura picadura y obliga a una retirada vergonzosa entre manotazos al aire y algún que otro castañazo en la cabeza.

¿Será el cambio climático? Antes, cuando pasaba algo raro, la gente del campo echaba la culpa a los americanos por haber subido a la luna. Ya ha pasado mucho y parece que lo de la luna no tenía razón de ser, pero ¿el cambio climático? Sí, sí, seguro que es cosa del cambio climático, o al menos de algún cambio, porque antes ni abejas ni avispas eran asesinas.

Y sí que el problema este de las abejas y las avispas tiene que ver con los cambios. Pero para nada de cambios en la naturaleza, sino más bien en los cambios que tenemos los humanos. Uno de ello, el primero, es el incremento del uso de la naturaleza para cuestiones lúdicas, cada vez mayor, por tanto, más posibilidades de que tengamos algún incidente con los insectos.

Y claro, salir a dar un paseo por la naturaleza sin conocerla tiene sus consecuencias. Y es que evidentemente no conocemos nada de aspectos tan sencillos como es el comportamiento básico de los insectos. ¿Qué buscan abejas y avispas en la naturaleza cuando salen de sus nidos? Flores. Sí, flores llenas de olores atrayentes y néctares sabrosos que son recolectados para llevarlos a las colmenas.

Y ¿cómo salimos nosotros de nuestra casa? Pues, si nos fijamos bien, nos parecemos bastante a esas flores, al menos en el olor. Comencemos la mañana para salir a dar una vuelta por el campo. Una fresca ducha con un champú de manzana verde y un gel de baño con azúcar y vainilla. Si se es chico y te has afeitado, pues un bálsamo o loción de almendras dulces. Ya no digo si después de la ducha te echas una buena crema hidratante con olor a rosas, y ya por fin el desodorante con olor a lavanda. No sé si se me olvida algo, ah, sí, el pintalabios, con sabor a fresa. Bueno, y faltan las colonias; menos mal que estas se regalan en Navidad, momento de menor actividad insectívora, si no las bandadas de avispas y abejas atraídas por el O' de Lilí, sería apoteósico.

El espectáculo de ver a alguien que de manera inesperada se lía a manotazos con su cabeza, al aire, se agacha, salta, sale corriendo o se cae al suelo acompañado de alaridos como si estuviera en el potro de la tortura, es cada vez más frecuente. Y claro, la culpa, de las abejas y avispas asesinas. Cuando en realidad lo que sucede es que, atraídos por semejante tufo que llevamos encima, el insecto trata de averiguar por dónde está el acceso de entrada a tan extraña flor y se nos planta delante de la cara con su característico zumbido que nos pone, no al borde, sino en un verdadero ataque de nervios.

Atrás quedaron aquellos años en los que de niño ibas al mercado de la plaza de Llanes en septiembre y el puesto de la fruta tenía cajas de sabrosas uvas maduras. Entre ellas, la mano de la vendedora cogiendo racimos y la señora que compraba. Decenas de avispas volaban y se posaban en la fruta atraídas por los dulces zumos. Nadie prestaba atención ni se inmutaba por ellas. Era fascinante verlas como si fueran helicópteros cerniéndose sobre las uvas.

Y sí, es cierto también que hay sucesos luctuosos, ataques de los insectos que llegan a causar la muerte de personas. ¿Justifican entonces estos sucesos el atributo de asesinas? Creo que no. También cambian otros muchos usos en nuestra sociedad. Por ejemplo, antes, para limpiar una sebe, un espacio donde son frecuentes los nidos de avispas, se utilizaban guadaños y rozones y un golpe sobre un avispero era advertido de inmediato, abandonando el lugar por la lógica precaución de no ser picado.

Ahora ya eso del guadañu y el rozón pasó a la historia. El último modelo de desbrozadora de hilos pasa a ser el caballo de Atila de sebes y bordes de caminos. No queda ni rastro de vegetación. Además, enfundados en la careta de seguridad, vemos menos que rompetechos y manejamos la desbrozadora por pura intuición. Mala suerte si damos con un avispero. Destrozado por los hilos que giran a miles de revoluciones, las avispas que sobreviven se lanzarán como aviones en picado sobre el intruso y lo pondrán tibio a picotazos antes de que se pueda quitar la careta, deshacerse de la desbrozadora enganchada al arnés y salir corriendo en desbandada ante el ataque de las avispas asesinas. Pobres ellas que vivían tranquilas en su nido sin meterse con nadie.

No, no hay abejas ni avispas asesinas, ni han sufrido ningún cambio en su comportamiento desde hace miles de años; al contrario, son de los insectos más pacíficos que hay en nuestra naturaleza, solo que no debemos provocarles, pasiva o activamente, haciéndonos pasar por una flor con zapatos o vestidos de Atila el desbrozador. De ellas depende toda la naturaleza y nosotros también. Su trabajo no es picarnos, es polinizar las flores y permitir que el mundo exista. Una vez más, somos los humanos los que metemos la pata en esto de acercarnos a la naturaleza.

Compartir el artículo

stats