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La televisión y el crédito de la política

Los límites del discurso de los dos líderes emergentes

El encuentro de Pablo Iglesias y Albert Rivera que pudimos ver la noche del domingo ha provocado una reacción que denota las carencias de la política española. Las cifras de audiencia son incontestables. Fue el espacio más visto en su franja horaria y la emisión con mayor número de telespectadores en la historia del programa de La Sexta, seguida con un ritmo frenético por los activistas de las redes sociales. Una de las estrellas de la cadena, la presentadora Ana Pastor, abrió la tertulia posterior entre portavoces de los principales partidos políticos aludiendo a "la maravilla" que acababa de contemplar. Algunos comentaristas, queriendo precisar la trascendencia del hecho, han declarado inaugurada una nueva era en la relación entre la política y los medios en España.

Esto es, parece, lo que los españoles estaban esperando: un debate sin red, pegado a la realidad cotidiana de los ciudadanos, en el que los políticos, incluidos los de primer nivel, ofrecieran la verdadera medida de sus posibilidades. El presentador, que también hizo de entrevistador y moderador, puso énfasis desde su aparición en la ausencia de reglas, el escenario, un bar como tantos de un barrio popular de una gran ciudad, y los protagonistas. El recuerdo visual del fragmento de uno de los enfrentamientos entre González y Aznar en el que ambos habían discutido sobre las condiciones puestas por sus partidos para la realización del debate sirvió para realzar la insólita circunstancia que íbamos a presenciar.

Expertos en comunicación política, usuarios de las redes, lectores que han respondido a la pregunta planteada por los periódicos, y hasta el sondeo propuesto por Podemos han decretado la victoria del líder de Ciudadanos. Se dice que llevó la iniciativa, fue más certero en sus análisis y concretó sus soluciones. Por el contrario, a Pablo Iglesias se le notó cansado y con dificultades para especificar sus políticas, más allá de hacer enunciados generales. Ciertamente, Rivera se mueve ante la cámara y el público como pez en el agua, aunque con frecuencia se muestra demasiado impaciente. Por el contrario, Iglesias acusa la tensión acumulada en la lucha política, tanto en el interior de Podemos como en la relación con otros partidos y la prensa. En sus últimas apariciones en televisión, el medio al que debe la gloria que ha alcanzado, no oculta cierto desdén hacia la política profesional que es percibido como un obstáculo para sus aspiraciones electorales. Pero por encima de la cuestión de cuál de los dos ha salido mejor parado, lo que se destacaba en las opiniones expresadas ayer era el hecho mismo de que ambos se hayan prestado a celebrar el encuentro y que exhibieran una espontaneidad nunca vista en nuestra vida política.

Sólo faltó que el encuentro tuviera lugar con asistencia de público y que fuera emitido en directo, como es habitual en las democracias avanzadas. No fue así y el presentador tampoco explicó por qué. Pablo Iglesias y Albert Rivera acudieron al encuentro acompañados por sus respectivos equipos de comunicación. La reunión fue grabada y editada. El propio presentador ha afirmado que los contertulios no hubieran consentido su emisión en bruto.

Al final, de la experiencia del domingo nos queda un encuentro diferente, un tanto desenfadado, de dos líderes políticos que han emprendido una carrera política con grandes expectativas, y dos conclusiones. Por una parte, la vieja izquierda española ha envejecido un poco más desde la aparición de Pablo Iglesias y el PP, si no quiere ser barrido por Ciudadanos, está obligado a actualizar sus formas de hacer política. Pero por otra, el discurso político de los nuevos líderes requiere aún mucho trabajo para resultar fiable. Si los ciudadanos queremos políticos capaces, además de honestos, ¿qué pensar de dos candidatos a presidir el gobierno que muestran un desconocimiento absoluto de las leyes en materia de condonación de créditos a los partidos? ¿Nadie reparó en esto el domingo? La televisión es el artefacto tecnológico más ambiguo y peligroso que se ha creado. No debemos dejarnos confundir por ella.

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