Hubo un conocido futbolista, tan huraño en sus modos como efectivo en golear, que una vez, preguntado por su trato displicente con los rivales, respondió: "El que quiera un amigo, que se compre un perro". Es cierto que hay personas que tienen en mayor estima a sus mascotas que al vecino de enfrente, pero no es el caso de la mayoría de los propietarios de perros, cuya generosidad resulta conmovedora. A los que respetamos la tenencia de animales en casa pero la rechazamos por incordio -o por resistencia a las malas pulgas o por imposibilidad de poder atenderlos- nos cuesta trabajo entender el afán de esos congéneres por acicalar a sus chuchos y presentarlos a concursos, repeinados y bien vestidos, que parece que acaban de salir de El Corte Inglés. Son perros de alta costura, de pasarela, perros perfumados y de etiqueta. No comparto esa inquietud cosmética, tal vez porque la experiencia enseña que el mejor amigo del hombre no es el perro sino el chivo expiatorio.